Crónica de un verano. Releer a Edgar Morin
Tengo
más de 20 años de sociólogo y recién vi una película que debí haberla estudiado
desde los primeros meses de haber empezado la carrera: Crónica de un verano, de Jean Rouch y Edgar Morin. El film que se presentó en 1961 tuvo un éxito
remarcable, ganó el premio del Festival de Cannes al año siguiente, reconocimiento
que anteriormente le habían otorgado a películas como Miracolo a Milano de Vittorio de Sica, Hiroshima mon amour de Alain Resnais, La dolce vita de Federico Fellini, hoy clásicos del cine
mundial.
La
producción fue el resultado de un creativo encuentro entre Jean Rouch,
antropólogo que ya tenía una trayectoria como videasta cuyo lugar de trabajo
había sido básicamente el Africa, con el sociólogo Edgar Morin que para ese
momento era un académico todavía no tan conocido. Morin había escrito libros de cine (El cine o el hombre imaginario y Las estrellas: mito y seducción del cine),
y Rouch había elaborado una docena de documentales sobre la vida en Nigeria. Se dice que la idea de hacer una película
surgió de una crítica cruzada: mientras que uno solamente escribía sobre el
cine, el otro sólo hacía documentales etnográficos de sociedades alejadas y
nunca de su propio entorno. Y así nació Crónica de un verano, que obligó al
sociólogo a dejar los libros y agarrar una cámara, y al etnólogo a filmar París
y los suyos.
Vista
desde lo cinematográfico, la película causó un impacto importante en su época y
removió los cimientos de la manera cómo se hacían documentales (los directores
aparecen en escena, se pide a los actores que salgan a la calle a entrevistar a
la gente, se reproducen conversaciones grupales, se reconstruyen episodios que
se presentan como naturales, etc.).
Abrió la brecha del cinéma vérité
y se convirtió en un manifiesto fílmico.
Pero desde lo sociológico también su aporte fue fundamental porque, por
un lado, obligaba a los cientistas sociales a pensar cómo la tecnología visual
podía ser un instrumento para realizar su trabajo, y por otro lado desarrollaba
en la propia obra una problemática fundamentalmente sociológica.
En
efecto, la principal característica de la película es que parte de un problema
de ciencias sociales que se deja ver en la primera pregunta que Rouch y Morin
le hacen una de las protagonistas: “¿cómo vives? ¿Cómo te desenvuelves en la
vida?” Con una interrogante tan compleja como banal empiezan el recorrido por
las tensiones de su sociedad que van dibujando a través de las respuestas de
cada personaje y las nuevas preguntas que se generan.
Se
develan así los problemas fundamentales de la era industrial europea de
mediados del siglo pasado: el desencanto con el mundo del trabajo, el
desencuentro entre realización de la vida y exigencias laborales, el desfase
entre la gran fábrica que es motor de la economía nacional y el empleado al que
poco le importa lo que hace, las tensiones de la vida urbana, las del ámbito
familiar. La pregunta desconcertante con
la que parten a la calle con cámaras y micrófonos es: “¿es usted feliz?” Y la
respuesta dibuja las angustias de la vida humana y la dificultad de ser feliz
en un ambiente donde la economía y el trabajo no son un problema material sino
social. Como buen sociólogo, Morin no
oculta las dificultades de la sociedad que observa, sino que las presenta como
los grandes temas que la caracterizan.
En
una investigación posterior a mediados de los sesenta, concentrado en el
estudio de la transformación Plozévet –una región occidental en Francia-, Morin
desarrolla más la idea de la observación
fenomenográfica como un instrumento para investigar. Esta debe ser panorámica (en el sentido
cinematográfico del término) y analítica (concentrándose en los elementos
particulares), debe combinar la descripción enciclopédica y monográfica con el “detalle
significativo”, lo que implica “aprender a percibir rostros, gestos,
vestimentas, objetos, paisajes, casas, caminos…” (Morin, Commune en France, Ed. Fayard, 1967, p. 279). La pregunta que lo guía en esta ocasión tiene
nuevamente una doble naturaleza: ¿qué es Plozévet? y a la vez ¿qué es el mundo
moderno? (p. 287).
Releer
a Morin cinco décadas más tarde –y sin emborracharse con sus conocidas tesis de
la complejidad- nos desafía en tres direcciones: ¿cuánto y cómo hay que
aprovechar las tecnologías –nuevas y antiguas- para el desarrollo de las
investigaciones sociológicas? ¿cómo construir los puentes entre la observación
cotidiana de los individuos y las macro orientaciones estructurales? ¿cuánto la
pregunta sobre una persona, un territorio, un grupo, un acontecimiento, no
puede conducirnos a reflexionar sobre el período de la modernidad
contemporánea? En suma: ¿en qué estamos hoy?
La
revisión de las varias propuestas de Morin parece que pueden ser en la
actualidad una gran fuente de inspiración y creatividad sociológica.
(Publicado en suplemento Ideas de Página Siete 21-04-2013)
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