La ingenua esperanza

En diciembre del 2018, hace exactamente un año, escribí un texto en este mismo espacio que lo titulé Ojalá. Ahí reflexionaba sobre el proceso electoral en puertas, su riesgo y posible desenlace. De los dos principales contendientes decía:
“A Evo no le temblará la mano si tiene que polarizar la nación hasta extremos absurdos, preferirá lanzarse al precipicio abrazado de sus caprichos y terquedades antes que acariciar la sensatez. No le importará matar al verdadero proceso de cambio del cual es el padre, si él no queda en la dirección. Mostrará que su mezquindad es más grande que su visión de país, demostrará que es más un padrastro egoísta que un verdadero padre de la nación (ojalá me equivoque). Mesa buscará la unidad frente a Evo, ser la alternativa más real. Tendrá primero que elaborar un discurso que el país escuche, más allá de los temas fáciles como la corrupción, los gastos, los abusos o los errores. Tendrá que canalizar el desencanto amorfo de sectores tan distintos en una sola dirección, lo que no es fácil sin contar con aparato ni pilares ideológicos contundentes. Se verá obligado a recibir cualquier apoyo, a sumar con la ilusión de después dividir, sin contemplar el costo de la factura”.
Y concluía: “Ojalá que las elecciones no nos dejen tan magullados. Ojalá que el país sobreviva a los embates ciegos y furibundos que nos esperan. Ojalá que las furias no nos lleven a todos al abismo”.
Lo demás es historia conocida, no tiene caso abundar en lo sucedido los últimos dos tres meses, cada uno sacará sus conclusiones. Pero me atrevo, ahora que estamos todavía en el paréntesis navideño, a escribir mis deseos para el año que comienza.
Tengo la esperanza de que colectivamente podamos salir del hoyo en el que estamos metidos. Que las posiciones beligerantes de ambos bandos se escuchen menos, y que los negociadores encuentren los puntos básicos para la convivencia. Que el Tribunal Electoral nos conduzca por elecciones limpias, equitativas, confiables, y que el resultado sea aceptado por todos. Que no haya razones para acusar al otro y que el nuevo gobierno, sin importar su color, sepa administrar la diferencia, la pluralidad y gobernar con sabiduría.
También abrigo el sueño de empezar a saldar deudas en términos de derechos humanos y abusos de poder. Que se conforme una nueva comisión de la verdad que investigue todas las muertes desde el 2006 hasta hoy; que con plena libertad, independencia y autonomía, identifique a los culpables y los someta a la justicia. Ninguna muerte puede quedar impune.
Sueño con que los sectores progresistas de la sociedad boliviana, libres, independientes y autónomos, que por suerte no tienen un solo color, ni un solo líder, ni una sola bandera y que están regados en múltiples organizaciones, partidos, comunidades y colectivos, cierren filas para defender los mejores logros del “proceso de cambio”. Que entendamos que hay temas en los que no se puede ir para atrás, que son el resultado de la lucha de décadas, que son un patrimonio de los bolivianos -no de un partido- y que toca a todos impedir que se destruyan.
Termino con la voz más fresca que ha salido a la luz gracias al vacío y al relevo político y generacional que nos dejó la movilización. Eva Copa en una reciente entrevista, ante la pregunta sobre las próximas elecciones, asegura que se debe empezar por “curar las heridas que hemos tenido entre bolivianos”. Y cuando es interrogada sobre sus hijos, sostiene que quiere “que vivan en un país libre, en un país tolerante, donde todos tengamos derecho a pensar como queramos en el marco del respeto, un país con valores”.
Ojalá. Esa es mi ingenua esperanza para el 2020.

Publicado el 31 de diciembre en El Deber. 

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