El poder y las ideas
Sigo dándole vueltas a lo sucedido en los últimos dos meses en Bolivia. No se apacigua mi asombro. Uno de los aspectos llamativos fue la dependencia del mundo de las ideas de las iniciativas del campo político. Me explico.
En el país la política tiene un peso mayor, incomparable con otras naciones. Todos se interesan por ella, todos tienen una opinión y somos capaces de defenderla apasionadamente a costa de perder amistades o fracturar relaciones familiares. Vivimos impregnados del quehacer político que, además, es transversal, toca todas las regiones, las clases, las generaciones, los géneros.
Por lo mismo, el campo intelectual boliviano ha sido siempre influido por lo que sucedía en lo político, y habida cuenta que es fácil cambiar de un campo a otro, fue común en nuestra historia que intelectuales pasen a ser ministros y viceversa. Pero a pesar de esa estrecha relación, la producción de ideas mantuvo cierta sana diversidad y relativos grados de autonomía que variaban de acuerdo con circunstancias históricas.
Por ejemplo, en la era neoliberal se acuñó la figura de “intelectual cortesano” para referirse a los diversos colectivos que giraban alrededor del proyecto liderado por Goni -con alternancias menores-. Su intención fue construir un aparato explicativo funcional al modelo a través de instituciones, coloquios, libros. Lo notable fue que, teniendo todo a su favor, no se logró imponer un pensamiento único y entre el final del siglo pasado y el inicio del presente, hubo muchos polos que aportaban debates diferentes.
Tras la llegada de Morales al gobierno, una de sus agendas más importantes luego de controlar la convulsionada sociedad que recibió, fue imponer una narrativa interpretativa que sustente la formación del Estado Plurinacional y la Revolución Democrática y Cultural. Un nuevo set de categorías sobre las cuales repose el “proceso de cambio”.
Lo hizo con mucha eficacia, pues desde la vicepresidencia ser armó una artillería que vinculó un programa de publicaciones, investigaciones, invitados internacionales, seminarios. Se buscó imponer un nuevo pensamiento único y que nadie dispute La -con mayúscula- interpretación de lo público. Por las características del vicepresidente, y su innegable competencia en ese ámbito la tarea fue relativamente fácil. Se sustituyó el “intelectual cortesano” por el “intelectual de Estado” y se logró en pocos años marginar a las disidencias, quitarles palestra y recursos dejando el escenario propicio para que se escuche una sola voz, una sola manera de comprender y explicar lo social.
Las últimas semanas del gobierno de Evo y particularmente en los días posteriores, este aparato interpretativo volvió a definir los términos de la discusión, y todos caímos en su juego. Por ejemplo, luego de su huida a México, el gobierno saliente -basado en su autoridad política e intelectual- decidió que lo importante era hablar de un golpe de estado y del racismo (todos sabíamos que era una estrategia para ocultar el bochorno del fraude), y los más prominentes pensadores, nacionales e internacionales, se pronunciaron sobre el tema. Vaya, hasta Zizek, que sabe poco de Bolivia, dijo algo. Quedaron del lado otros temas que son interesantes, por ejemplo ¿cuál es la característica sociológica del “movimiento de las pititas”? ¿es el primer movimiento social resultado de los logros del Estado Plurinacional? ¿Es rostro más creativo de la “generación Evo”? ¿Cuál el rol de la tecnología en estos meses? Tal vez en lugar de concentrarse en la biblia de Camacho y en la retórica victimista de Evo, debimos apuntar a otros fenómenos que estaban sucediendo en ese mismo momento. Tal vez debimos ser más autónomos e imaginativos.
La supremacía del pensamiento único oficial durante los largos años del gobierno evista fue notoria, para bien y para mal. Tal como sucedió en otros ámbitos, se aplanó la diferencia y se ocultó -en el mejor de los casos- la disidencia; la única voz legítima con los altoparlantes del Estado se escuchó en todos los rincones. Tal vez ahora toque reconstruir la autonomía del campo intelectual, valorar la discusión. Crear espacios de auténtico debate de ideas que estén más allá de las estructuras estatales y de la agenda política, aunque la atraviesen. Tal vez sea tiempo de sentarse a pensar de otro modo y a discutir sin la necesidad de imponer.
Publicado en El Deber el 17 de diciembre del 2019.
Comentarios