Fernando del Paso y el “acto de escribir”
Hugo José
Suárez
Carlos
Fuentes decía con atinada precisión que los escritores mexicanos tienen “el
privilegio de la voz dentro de sociedades en las que es muy raro tener ese
privilegio”. Y es cierto. En México lo que le pase a un escritor es motivo de
alboroto en el mundo de la cultura; un cumpleaños, un premio, una obra, un
viaje, un encuentro y, por supuesto una desaparición, hacen que los estantes de
las librerías se llenen de sus títulos y los periódicos les regalen amplios
reportajes. Y no es para menos, pues
este país ha sido cuna de plumas privilegiadas (entre otras cosas, en la última
década cinco mexicanos han ganado el prestigioso Premio Cervantes).
Lo curioso
es que, por un lado, los profesionales de la palabra a menudo están fuera de
las universidades, se mueven más bien en el circuito de las editoriales, las
revistas culturales, periódicos y conferencias; por otro lado, también resulta
extraño que los académicos de las ciencias sociales –sociólogos, antropólogos,
historiadores- no tienen la misma palestra; su lugar está bien asentado en la
vida universitaria que es sólida, dinámica y muy consolidada, pero es difícil y
atípico que alguno atraviese la frontera de la fama y se convierta en una
referencia más allá del ámbito académico. Por supuesto que el cumpleaños de
cualquier sociólogo, por destacado que sea y muchos años que cumpla, pasa
desapercibido.
Sin duda
que la palabra del literato pesa mucho, aunque también es cierto que su rol ha
sido paulatinamente relegado perdiendo su importancia en la creación de la
identidad nacional. En la época de oro del cine mexicano cuando desde las
pantallas se creaba la imagen del país, eran los literatos los encargados de
los libretos, y por tanto de las ideas fundamentales de la nación. Pero a la
vuelta de los años, como una manera de control político, se los fue marginando
y más bien se dio el poder a industrias culturales vergonzosas como Televisa o
Tv Azteca. Al final del día, Luis Miguel terminó siendo más importante que
Agustín Lara, y el Chavo del Ocho desplazó a María Félix, convirtiéndose en el
nuevo rostro de la mexicanidad. Esa es, seguramente, una de las mayores
victorias de la élite local, y la factura más cara por la Revolución de 1910.
Pero más
allá de estas desavenencias, hace unas semanas el Premio Cervantes fue otorgado
al escritor Fernando del Paso, autor de varias obras fundamentales como Noticias del Imperio, José Tigo, Palinuro de México. Los días posteriores, Del Paso estuvo presente
en todo lado: las librerías –como decía- llenaron estantes con sus obras, el
periódico La Jornada publicó su foto
en la primera plana, la revista Gaceta
del Fondo de Cultura Económica estuvo dedicada íntegramente a su trabajo, tuvo
varias entrevistas en radio, etc.
Confieso
no haber leído a Del Paso, lo haré para ponerme a tono con el país, pero al
escucharlo en los múltiples medios en estas semanas, no me cabe duda de lo
mucho que podemos aprender de él. Para el escritor “son las artes, es el
lenguaje y el pensamiento la distinción mayor que hay entre el hombre como
animal y el resto de los animales”. Su práctica regular con las letras es gozo
y desafío “yo necesito escribir, aunque me cuesta mucho trabajo, lo necesito,
necesito hacerlo para vivir”.
El
novelista nos invita a la escritura cotidiana y valora el momento en que uno se
sienta a hacerlo: “las ideas no son previas al acto de escribir, nacen con el
acto de escribir”. La creación no es un libreto previamente establecido en la
cabeza al que sólo le falta plasmarse en una pantalla como si fuera un dictado,
es en ese momento cuando pasan cosas inesperadas, surgen ideas, se organizan,
unas nacen otras mueren. El autor nos invita a divertirnos con las letras, con
las palabras, con las frases, con las historias. Invita a que cada uno se
convierta en un narrador de su propia vida, en un contador de historias, en un
escribidor compulsivo. Es mucho lo que se puede decir de Del Paso –“constructor
de catedrales” como ha sido llamado-, pero por lo pronto me quedo con esa
sabrosa invitación a pasar horas frente al teclado en compañía de las ideas,
construyendo historias, disfrutando del “acto de escribir”.
Publicado en "El Deber" 22 de Mayo del 2016
Comentarios