Villoro pensando en Villoro
Hugo José Suárez
Los
viernes compro el periódico mexicano Reforma.
Normalmente lo evito por su tamaño, su posición política y su tratamiento de la
noticia. Pero ese día escribe Juan Villoro y no me lo quiero perder. Hace unos meses
(27/11/2015) el escritor dedicó su columna a su padre, el notable filósofo Luis
Villoro fallecido hace un par de años y en cuyo honor se acaba de publicar un
libro (La alternativa. Perspectivas y
posibilidades de cambio, Fondo de Cultura Económica, México, 2015). Empieza
la nota manifestando lo difícil que es hablar de un familiar fallecido.
Recuerda lo curioso que es ser hijo de un filósofo, sobre todo cuando tienes
que explicar en la escuela a qué se dedica tu progenitor.
Me detengo
en tres pedazos, casi al final, que merecen un comentario aparte. Se pregunta
el articulista: “¿Puede la política coexistir con la ética? Sí, siempre y
cuando el ejercicio del poder sirva a la comunidad y no sea un fin en sí
mismo”. El cuestionamiento no es nuevo, claro, por mi parte me puse la
interrogante hace décadas con mis primeras lecturas sociológicas. Antes de eso,
no tenía duda que sí era posible, pues mi propio padre me había dado el ejemplo
con su militancia en los 80, pero cuando mis amigos llegaron al gobierno en
Bolivia a partir del 2006, y vi cómo paso a paso el poder los fue carcomiendo y
conduciendo hacia un viaje sin retorno, ahora tengo serias dudas de una
respuesta afirmativa. Me pregunto si la política –y por tanto el juego del
poder-, siguiendo la reflexión de Villoro, puede sacudirse de su necesidad de
autoreproducción, y por tanto, si puede dejar de ser, al menos en alguna
medida, “un fin en sí mismo”.
Cambio de
pasaje. Dice el articulista refiriéndose al levantamiento del Ejército
Zapatista de Liberación Nacional (EZLN): “Desde 1994, no han faltado noticias
de Chiapas, pero lo más importante apenas ha sido cubierto: el heroísmo de la
vida diaria, la paciente transformación de una de las regiones más pobres del
país en un tejido mulitcultural, donde el ‘nosotros’ se pronuncia más que el
‘yo’”. Quizás la vida diaria sea la dimensión más heroica de la política. El
desafío está en vivir el día a día sin reflectores, sin tribuna, sin discurso,
con la convicción de que se está haciendo lo que se debe hacer. Algo así decía
el sacerdote Luis Espinal, asesinado en 1980: “gastar la vida no se hace con
gastos ampulosos, y falsa teatralidad. La vida se da sencillamente, sin
publicidad, como el agua de la vertiente, como la madre que da el pecho a su
wawa, como el sudor humilde del sembrador”.
Finalmente,
concluye Villoro, “no hay cambio político sin imaginación”. Quizás la
imaginación debería estar antes de la política, pero a menudo la última termina
devorando la primera a los pocos segundos de convivencia.
En fin,
decía que regularmente los viernes compro aquel periódico sólo para leer a mi
articulista preferido. Y hasta ahora, nunca he quedado decepcionado.
Publicado en El Deber, 24 de abril del 2016
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