Algo Quema


Recién pude ver el filme Algo quema (Ovando 2018) en un contexto particular. En el marco de la Semana de América Latina en París, el grupo El perro que ladra organizó un ciclo de cine con tres ejes: territorios, paisajes íntimos, herencias y rupturas. El sello era que los directores de alguna manera protagonizaban de la película llevada a la pantalla.
En ese ambiente, la propuesta de Mauricio Ovando fue una nota disonante, compleja, intimista. No estaba ahí para denunciar a nadie, sino que más bien, como el nieto de uno de los dictadores bolivianos, compartir su sentir. La vi con tres lentes a la vez.
Mi primera mirada fue la personal. Acepté la invitación familiar, casi terapéutica del director y me vi reflejado en su relato. Ovando es un personaje cercano a mi familia. Mi abuelo, General Hugo Suárez Guzmán, fue uno de los tres militares -con Ovando y Barrientos- que dieron el golpe de estado en 1964. Fue ministro y alcalde de La Paz en esos períodos, de hecho en el filme aparece en varios momentos. Mi relación con él fue similar a la de Mauricio con su abuelo, con idas y vueltas, pero en mi caso el tema fue todavía más dramático porque mi padre, Luis Suárez, fue asesinado en la dictadura militar de García Meza en 1981.
En varias escenas me vi identificado. Miraba al director, entonces niño, que juega a disparar portando la enorme gorra de general, y recordaba que yo cuando era chico ni bien entraba al cuarto de mi abuelo en su casa de Miraflores lo saludaba con el signo militar, incluso me regaló su sable de honor y algunas de sus prendas que las guardo con enorme afecto.
Algo quema nos lleva a preguntarnos sobre nuestro pasado, familiar y nacional. Nos invita a evaluar sin concesiones, pero además sin complejos, a nuestros predecesores. Hombres de su tiempo de luces y sombras, con grandes penas causadas y sufridas a la vez. La evaluación siempre será entreverada, multidimensional, contradictoria, difícil. Tamaña tarea no puede ser fría, sin duda que, como lo hace el director en la conmovedora escena final, está impregnada de dolor.
La segunda mirada con la que me acerqué al filme, fue con el gusto de ver cómo se recuperan pedazos de la historia familiar -en su caso a través de cartas, filmaciones, casetes- en una película que va más allá de la frontera del pequeño núcleo del hogar y, en realidad, nos interesa a todos. Igual que Gustavo, y como mucha gente en Bolivia, guardo algunos recortes, relatos, imágenes, grabaciones, objetos y cuanto hay de mis padres y abuelos; incluso la ropa que traía puesta mi padre el día que lo asesinaron. Como me dedico a las letras y no a las películas -o no todavía-, tengo en mi agenda sacar todo eso en un libro, invitar a los lectores a que vean cómo una familia guarda una grabadora recuerdos que son un reflejo de un momento del país.
Mauricio Ovando nos invita sin tapujos a recorrer las cartas más personales -aunque algunas se las guarda, lo comprendo-, las confesiones más sinceras y polémicas de su abuela, los episodios más incómodos de la nieta. Introduce su cámara en la casa que se destruye, en la memoria material que se diluye y lo nuevo que nace en su lugar. Construye con los retazos sueltos una narración donde la historia y la emoción juguetean con el espectador. Empieza a llenar uno de los tantos vacíos que tenemos en Bolivia, abre el cajón de los recuerdos y los comparte. Se agradece, y lo tomo como invitación.
La tercera mirada es más distante y analítica. En el país la interpretación dominante mostró el período dictatorial como un bloque homogéneo, tomando las fechas de 1964 a 1982 como un solo episodio. Esto condujo a ocultar las diferencias, las contradicciones, las tendencias. La película nos recuerda, incluso tal vez sin quererlo, que al interior del ejército los grupos tienen sus propias querellas que pueden ser a muerte. Son pocos los estudios que se sumergen en la complejidad de las tensiones propias del mundo militar, las generaciones, las regiones, los arreglos, las complicidades (tarea todavía más difícil si los archivos están cerrados para quienes hacen las ciencias sociales).
Ovando es un personaje polémico, con varios rostros. No hay que olvidar que su gobierno de 1970 estará atravesado acaso por la mayor contradicción de esas décadas: la intención de llevar adelante un proyecto nacionalista que recupere el espíritu revolucionario -gabinete compuesto por Marcelo Quiroga, Alberto Bailey, Edgar Camacho, Mariano Bautista, etc.-, y la guerrilla de Teoponte que es aniquilada sin piedad. Curioso: el nacionalismo revolucionario confrontado con el guevarismo, disputa que abre las puertas al autoritarismo banzerista más desastroso, a la dictadura mejor lograda. La historia a menudo juega con los actores cual si fueran marionetas.
En suma, Ovando nos estimula a repensar nuestra historia nacional, a retomar nuestros archivos familiares para darles un nuevo sentido, a mirarse para adentro y empezar a resolver algo que -a todos- nos quema.

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