La muerte de un tirano
Hugo José Suárez
En estas semanas, la memoria se
me ha removido intensamente. Hace menos de un mes me llamó mi entrañable amigo
desde la infancia Antonio Araníbar Arze, contándome una difícil y emotiva
tarea. Su familia era muy cercana a Raquel Jimeno, la ‘Batu’, española que fue
a Bolivia en los años 70 y terminó como militante del Movimiento de Izquierda
Revolucionaria, el MIR de entonces. Fue una mujer clave en el proceso de
recuperación democrática, querida por mis padres, amiga solidaria como pocas.
La Batu se fue del país y murió a
finales del año pasado en España, siempre añorando Bolivia y con eternas ganas
de volver. Su cuerpo fue cremado.
Antonio habló con la familia de Batu y convinieron cumplir su deseo. Viajó a
España y llevó los restos a La Paz, luego de una larga travesía. En un emotivo
y sencillo acto, se esparcieron sus cenizas sobre la tumba de los Mártires por
la Democracia, que se ubica en el Cementerio General de La Paz. Finalmente,
luego de tantas idas y venidas, la Batu descansa con sus entrañables
compañeros. La próxima vez que visite La Paz, recordaré cada uno de los
episodios vividos en San Miguel, cuando yo solo tenía diez años, y gobernaba la
dictadura de Luis García Meza, que aterrorizaba a todos.
Y precisamente el domingo 29 de
abril, mientras me disponía a vacacionar con mi familia, me entero de la muerte
del dictador García Meza. Inevitablemente, vuelvo a los episodios más duros de
esa horrenda temporada. El miedo, el toque de queda, las conversaciones
peligrosas en la escuela, aprender a distinguir a un paramilitar, cuidarse de
alguna ambulancia que pueda tener agentes dentro. El Servicio Especial de
Seguridad (SES), que era una instancia especial cuyas vagonetas circulaban
llenas de matones fuertemente armados con cara de espanto. Los tiroteos en las noches, los relatos
escalofriantes sobre qué hacían los paramilitares cuando encontraban a sus
víctimas, incluidos niños. Descubrí rápidamente lo que era la tortura, la
clandestinidad, el exilio y la muerte.
El 15 de enero de 1981, la
dictadura de García Meza atrapó y asesinó luego de una larga tortura a mi
padre, al lado de siete compañeros más. En los meses previos había matado a
Marcelo Quiroga y a Luis Espinal. La amenaza del ministro del Interior, Luis
Arce Gómez, de “andar con el testamento bajo el brazo”, se convertía en
programa político. Las pretensiones de la tiranía no pudieron prosperar,
Bolivia demostró una vocación democrática inigualable. Volvió la democracia en
1982. Luego un equipo de abogados, encabezados por Juan del Granado, a quien el
país le debe eterna gratitud, logró encarcelar al dictador.
García Meza pasó unos años preso
en Chonchocoro; luego, con las artimañas aprendidas y el dinero robado al
Estado, logró que la mayoría de su estancia fuera en el hospital militar, una
vergüenza para esa institución. Con extraño orgullo su abogado refriega al país
que los últimos años no estuvo en la prisión. Queda claro que el tirano crea
sus relevos. García Meza murió engañando al país, aprovechándose de sus
servicios, sin pedir perdón, arrogante, cuidado por súbditos que no conocen la
vergüenza.
Con los sentimientos removidos,
puse un par de reflexiones en internet alusivos al tema. Me sorprendieron dos
reacciones, por un lado, un sector que defiende y justifica cada una de las
acciones del tirano; perdón por mi ingenuidad, pero pensé que ya no había esos
especímenes. Pero, por otro lado, un grupo que trata de vincular la dictadura
de García Meza con el proceso político actual, lo que me parece un desatino, un
oportunismo impreciso y tendencioso, además de una ofensa al país, su historia
y a las víctimas de la dictadura. García Meza es el último dictador del periodo
militar, con su muerte se cierra un capítulo, cualquier analogía con otro momento
no hace más que confundir. Las dos reacciones me dejaron claro que queda mucho
por hacer, que se debe promover el respeto de los derechos humanos como cultura
cívica innegociable y que la historia debe primar para no confundir procesos ni
hacer puentes que son un atropello a la razón y a la moral.
Cuando recibí la noticia de la
muerte del dictador, pensé qué les iba a decir a mis hijas, cómo contarles.
Salí a caminar temprano con ellas, les hablé de su abuelo Luis Suárez, les dije
que lo mataron en un periodo cruento de la historia de Bolivia cuando gobernaba
García Meza, que acababa de morir. Les dije que, a pesar de todo, no lograron
matar la esperanza, que a pesar de la maldad, también existe la justicia.
Publicado en el
Deber 06 de Abril del 2018
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