Otra izquierda es posible

 Me ha llegado el fabuloso libro de nuestro querido Antonio Araníbar Quiroga, La política como opción de vida (Ed. Heterodoxia, 2021). Hay mucho qué decir, sólo me voy a detener en algunos aspectos preliminares sobre todo de los años 60 y 70, a reserva de retomar otras reflexiones más adelante. Le he recorrido el libro saltándome pedazos, buscando, parando donde más convocado me sentía, siempre con lápiz en mano haciendo anotaciones en el borde.

Primero, me impresiona cómo se construyó esa generación de la izquierda nacional. Aquellos jóvenes tuvieron que lidiar contra un sistema de partidos que no permitía innovación, abrieron grietas a un catolicismo anquilosado que negaba lo social, y se enfrentaron a la dictadura en sus peores momentos. Hoy estamos acostumbrados a que la izquierda oficial esté en el poder, son los poderosos, son quienes lo usan y abusan a su antojo.

Hoy ser de izquierda es fácil, es estratégico, es lo pertinente, es lo que está de moda, es jugar a los privilegios, es gozar de todos los beneficios del Estado. En aquellos momentos, ser de izquierda era estar contra el poder, era apostar la vida, era, como bien decía Mauricio Lefebvre, “arriesgar el pellejo”. Esa es la izquierda a la que perteneció Toño.

Aquella izquierda estaba muy preocupada por la lectura, el estudio, la comprensión de la realidad. Toño cuenta múltiples episodios donde los grupos de estudio -sin buscar grados, posiciones, sin presumir sus bibliotecas en la prensa- eran fabulosos ámbitos de reflexión sofisticada con el objetivo de comprender el país y actuar en él. Las ideas fluían en los cafés, en los departamentos, en los bares, en los sindicatos, en las comunidades, en las asambleas. La política no estaba tan institucionalizada, regulada, homogeneizada; la reflexión era más fresca, libre, divergente, diversa.

También me llamó enormemente la atención la mística mirista de entonces que, entre otras cosas, implicaba una inserción en las estructuras de movilización de la sociedad. Toño recuerda que Walter Delgadillo dejó de ser estudiante clasemediero de ingeniería para convertirse en dirigente fabril en Cochabamba. Lo propio Juan Del Granado, que se fue a vivir a las minas para construir el MIR -obrero. Mientras que hoy se hace política de izquierda para tener un puesto en el Estado o en unas de las agencias paraestatales (desde medios de comunicación hasta empresas) como pura estrategia de ascenso social, en aquel tiempo se buscaba el camino del cambio a través de un profundo compromiso con los sectores populares.

Por último -en esta primera entrega-, debo confesar que cuando llegué a estudiar mi doctorado en la Universidad Católica de Lovaina, en 1996, me sentí parte de varios bolivianos que habían hecho lo propio décadas atrás. La biblioteca estaba llena de tesis de paisanos que me antecedieron. Sin embargo me preguntaba por qué tan pocos siguieron la opción académica. El libro de Toño responde a aquella pregunta que tenía guardada. Cuenta que cuando estaba estudiando en Lovaina se encontró con un antiguo militante de la Democracia Cristiana que había cambiado radicalmente, convirtiéndose en una persona conservadora. Temeroso de seguir ese camino, se puso la dicotomía: “O estudios o lucha política”. Dejó la comodidad de las aulas de la bella ciudad belga y volvió a la lucha social a Bolivia. El “verdadero posgrado” lo vivió en el XIV Congreso de la Federación Sindical de Trabajadores Mineros de Bolivia, en abril de 1970, al lado de los dirigentes e ideólogos del momento.

En fin, hay mucho más qué decir, lo iré haciendo paulatinamente. Hace unos meses escribí sobre mi desencanto con la política. Leer la vida de Antonio Araníbar me muestra que hay otras maneras de ejercerla, y que otra izquierda fue y es posible.

Publicado en Página Siete el 23 de marzo del 2021.

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