Reseña: Anatomía de El desencanto

 ¿Hay alguien a quién no le duela Bolivia? Esta tierra con olor a petardo explotado y, que la mayor parte del tiempo, nos deja con el amargo que la desazón eterna nos hace sentir, en lo más profundo, todos sus devenires. Hugo José Suárez, en su obra El desencanto, condensa este lamento: “Bolivia es el país de las emociones; aquí  la política es más apasionada que ningún otro lugar que haya conocido”. Y es cierto, por eso su obra se basa en un retrato de los pensamientos, pero sobre todo los sentimientos, de un hombre que veía en un gobierno como ninguno, la posibilidad de curar esa pesadumbre que cargaron los suyos, los míos y nosotros mismos, generación tras generación.

Lo singular del texto de Hugo José es que escribe “con la sinceridad, el dolor y el desasosiego entre las teclas”. Si bien sus reflexiones las hace desde antiguos pasajes parisinos o en el Zócalo mexicano, hay un ajayu, su ancla telúrica, que se le ha quedado en nuestros llanos, valles y montañas. Esa lejanía pero indudable conexión que mantiene con estas tierras, hace que las palabras del sociólogo trotamundos sean más precisas que muchos de los que vivimos en el remolino de los desencuentros. 

Así, su tristeza advertida en las primeras páginas hace que los artículos recolectados del 2006, 2007 y 2008, que presentan una defensa aguerrida al expresidente Evo Morales, no se entiendan como una convicción ciega, sino como una esperanza genuina de cambio. 

Y cuestiona, entonces, a aquella parte del país que, en una actitud completamente discriminatoria, se rehusaban a aceptar a Morales como presidente por aquel entonces; cuestionó a aquellos que ocultaban su racismo en alegaciones de libre expresión retrayendolos a un periodo que desgarró la vida de miles de familias bolivianas. 

“¿Dónde estuvieron cuando en Santa Cruz se apoyó el  golpe militar de Banzer y se liquidaron a decenas de personas? ¿Dónde cuando se exiliaron y censuraron a cientos de periodistas? ¿Dónde estuvo su indignación cuando Goni mataba a 50 alteños en unas horas?”. Sus preguntas hacen eco en ese dolor de corazón. Aquellos que lean la obra críticamente encontrarán que el autor nos manda el mensaje no tan sutil de que esta historia está llena de grises; que hoy, un discurso de buenos y malos, no tiene sustento. Nos asegura que hay memoria y hay porqués, conformando así una reflexión vital en el contexto actual.

Cuando se tiene como norte la verdad y los principios, el desencanto es la consecuencia lógica. Con angustia, Hugo José viaja en la segunda parte de su texto, hasta el 2017, casi una década después. Escribe que Evo no entendía el trasfondo de una lucha de izquierda que, más allá de la teoría y la consigna repetida, buscaba un país más justo. 

Narra que Morales no reconocía en sí mismo la condición de “heredero de ese pasado, de esas lágrimas y sudores que prepararon el terreno para abrirle paso, y que sin esas resistencias, jamás hubiera llegado donde está”. 

Y el autor va más allá, se frustra por las medidas de la administración del Movimiento Al Socialismo: desde obligar a los funcionarios públicos a participaQuien desde un principio había esperado atentamente ser testigo de la concreción de reivindicaciones y el pago de una deuda histórica con este pueblo, no podía caer convencido de esa puesta en escena. Mucho menos se esperaría que cerrara esa puerta sin una lección. 

En sus últimas líneas, Hugo José nos incita a bajar el caleidoscopio de tintes políticos; nos pide ver más allá, cuestionarnos nuestro rol, nuestras acciones y sus consecuencias. Quien termine de leer El desencanto sentirá la necesidad de acomodar su propio ajayu, como aquel q’ipi con el que parece que cargamos los que nacimos aquí, y volver a seguir cimentando una Bolivia que no duela más.r de actividades partidarias, pasando a la corrupción que desdibujó un proceso de cambio teñido de política tradicional.

 Para él revelaban la ingratitud de Evo y los suyos con la promesa, la obligación, de crear un país mejor. Quien encare estas páginas en las que Suárez deja su alma al desnudo, debe saber encontrar esa vena subyacente que hace su pensamiento muchísimo más profundo: Hugo José declara que Evo se comportaba como “un enano montado en gigantes que lo antecedieron”, hombre grandes, íntegros y valientes como su papá, Luis Suárez, quien murió peleando por esos sueños que Evo acabó abandonando. 

Es que estas páginas están escritas por alguien que ha pagado un alto precio por hacer de estas tierras un hogar, una herida que de seguro, lastima todos los días. El desencanto, por eso, sabe a traición y, al mismo tiempo, a una historia de lucha en pro de la democracia.

Estábamos “en las puertas del tinku”, sostiene en las últimas y más reveladoras páginas de esta obra.  Los acontecimientos del 2019 lo dejan verdaderamente incrédulo pero, sobre todo, completamente convencido de que el Evo Morales a quien, con lágrimas en los ojos había visto jurar como presidente, no era el Evo que entre sollozos se despedía desde el aeropuerto de Chimoré con un “discurso victimario”. 


Texto de Catalina Rodrigo Machicao en El Deber el 18 de octubre del 2020. 

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