El demonio llamado política
Hugo José Suárez
Una de las deudas
conmigo mismo es escribir un libro sobre la política. Suena pretensioso, más
para alguien que no ha trabajado seriamente el tema, pero la idea no es
elaborar un complejo tratado trayendo conceptos y discutiendo con autores que
harto, acaso demasiado, se han ocupado de ella. Lo que quiero hacer es una
reflexión personal, con base en mi propia trayectoria.
Sucede que estuve
involucrado en el ejercicio de lo público desde mi infancia, pues mi padre,
comprometido con el quehacer nacional, luchó contra la dictadura en los
setenta, en aquellos años en los que alzar la voz por la democracia implicaba arriesgar el pellejo -como bien diría
Mauricio Lefebvre-, y fue asesinado en 1981. También quisiera traer a la
memoria los meses y años posteriores, cuando mi hermana y yo le pedíamos a mi
madre, con voz entrecortada, que no se metiera en política por temor a
perderla.
En el libro que ahora
anuncio como embrión, quiero recordar ese primer momento, los diálogos, los
miedos, las pasiones, las emociones. Luego buscaré concentrarme en las varias
ocasiones en las que me invitaron a candidatear para algún puesto, en las
campañas que participé, en las decepciones y los asombros. En los varios cantos
de sirenas que llegaron a mis oídos y mi constante esfuerzo -nada fácil- por
desoírlos.
Un episodio fundamental
tendrá que ser mi encantamiento por el Proceso de Cambio, mi militancia por el
mismo y la defensa a capa y espada de Evo Morales en cualquier palestra. Pero
tendrá que ir acompañada de la reflexión crítica posterior, de mis dudas, de mi
suspicacia y de las evaluaciones más mesuradas no al calor de “patria o
muerte”, de la idea de “amigo-enemigo”, o peor del papanatismo –definido por la
RAE como “actitud que consiste en admirar algo o a alguien de manera excesiva,
simple y poco crítica”-, sino desde la distancia del tiempo y del espacio, y
sobre todo desde el no haber atravesado por el ejercicio del poder. El capítulo
final estará dedicado a reflexionar sobre el rol del intelectual y su relación
con la política.
Esta intención que me
viene rondando hace un buen tiempo se vio reanimada al leer un episodio del
historiador marxista Eric Hobsbawm en su autobiografía Años interesantes. Una vida en el siglo XX (Ed. Crítica, Barcelona,
2003). El capítulo 9 titulado “Ser comunista” está dividido en dos partes,
primero cuenta la experiencia de quienes adhiriéndose a esta doctrina no
atravesaron por el ejercicio del poder, y, en la segunda parte, se refiere a
quienes sí lo hicieron: “ellos no eran ajenos al poder, eran el poder; no eran
la oposición, sino el Gobierno, a menudo de países donde no eran del agrado de
su población. La policía no era su enemigo, sino su agente. Y para ellos el
futuro glorioso tras la revolución no era un sueño, sino una realidad” (p.
138).
Sobre la primera opción,
Hobsbawn dice: “El poder no corrompe necesariamente a las personas en cuando
individuos, aunque no resulta fácil resistirse a esa corrupción. Lo que hace el
poder, especialmente en tiempos de crisis y de guerra, es obligarnos a realizar
actos que son inaceptables cuando los lleva a cabo un particular, y a intentar
justificarlos. Los comunistas como yo, cuyos partidos nunca subieron al poder
ni se vieron involucrados en situaciones que requieran decisiones acerca de la
vida y la muerte de los demás (la resistencia, los campos de concentración), lo
tuvimos más fácil” (p. 127).
Me quedo con esa última
reflexión. Parte de mi “ventaja” es que nunca ocupé un cargo público, nunca
tuve deudas con un líder ni subordinados, nunca debí guardar fidelidades que me
lleven a oscuros laberintos de intercambios de favores y complicidades. Cierto,
diría con Hobsbawn que la “tuve más fácil”, y la verdad, con tanta agua
recorrida bajo el puente, creo que fue lo mejor.
Publicado en el Diario El Deber 02/07/2017
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