Reacción a la reacción
Hugo
José Suárez
La
semana pasada, luego de que seis políticos hicieran pública la “Declaración
conjunta en defensa de la democracia y la justicia” puse en mi muro de Facebook
lo siguiente: “Harto recuerdo a los pactos de antaño me hizo ver la juntucha de
ayer con la bandera boliviana y las palabras tan vacías como ‘Democracia y
libertad’, palabras ahora de boca en boca y que dicen poco. Lamentable el
reloaded”.
No
voy a comentar el contenido del documento, su mensaje político, o quién ganan o
pierde (de hecho creo que ganan los que sueñan con una venezuelización maniquea
aunque el país se vaya al abismo, sus promotores están en el gobierno y fuera
de él y se parecen tanto unos a otros…). Tampoco voy a referirme a la descalificación personal
que algunos añadieron en mi muro –“como tú no eres perseguido político tu
opinión es cómoda y vacía” o “además de tu vista parcial del asunto eres
precipitado y opinas como quien se baja del camión ‘al vuelo’”-, que por
supuesto no merecen respuesta, ni a quienes muy respetuosamente en un espíritu
de diálogo apoyaron o cuestionaron mis palabras con argumentos siempre
sugerentes. Quiero concentrarme en lo que está detrás de algunos comentarios,
en las premisas sobre las que reposan (y no lo hago en un clima de
confrontación, en verdad agradezco la mayoría de las opiniones).
Tres
son los pecados que se me inculpan.
i. Estar afuera. Se me dice: “se nota que no
vives en Bolivia”, “tal vez te está haciendo falta venir”, “sería saludable una
vuelta prolongada”. Desde la primera vez que dejé el país he lidiado con la
condena de vivir en el extranjero. Escribiré en algún momento un ensayo más
largo, ahora solo quiero subrayar lo curioso que es escuchar repetidas veces el
mismo argumento cuando alguien no concuerda con mi punto de vista. Como si
“estar” implicara coincidir con sus opiniones. Por supuesto que jamás se me
invita a repensar mis posiciones si éstas refuerzan cómo piensa quien me
critica. Enorme tema que merece mucha más tinta, queda como promesa.
ii. La imposición de lo posible. Se me dice
que si no es así, “¿entonces qué?”, “lo perfecto es enemigo de lo bueno”. Es
ampliamente conocido que el discurso político impone el horizonte de
posibilidad, las reglas del juego, los márgenes de la discusión, mostrando que
no existe otra opción, que no hay caminos alternos más allá de lo que ellos
-los políticos- decidieron de antemano. Y ahí estamos obligados a jugar las
cartas. Esta tiranía de la razón política aparece una y otra vez, y siempre la
intento evitar. En tiempo electoral, cuando debemos “optar” en un escenario
predefinido, es más tosca: se trata de callar, acatar y votar. Y sin embargo
sabemos que siempre hay otras combinaciones, otras opciones que el propio juego
del poder esconde voluntariamente, y la misión de cualquier intelectual es
hacerlas visibles. Claro que hay otras rutas distintas a las que aparecieron la
semana pasada en el sexteto, ellos lo saben, nosotros también.
iii. El que no propone, debe callar. Se me exige
una salida: “¿y la alternativa es? ¿Cuál es la propuesta?”, “¿qué hacemos?”,
“unos tratan de hacer algo, otros no hacen nada”. A menudo se acude a la idea
de que quien emite una crítica debe tener la solución, es como si -permítanme
el ejemplo banal- a un usuario de transporte público se le prive de denunciar
la disfuncionalidad del servicio porque no se le ocurre otra cosa mejor. La
propuesta y la crítica no tienen necesariamente que venir de la misma fuente,
es más, preferible que sean el resultado de una deliberación colectiva mayor.
El derecho de criticar no está sujeto a la obligación de proponer.
En
fin, se me acabó el espacio en un tema que da para mucho. No prometo continuar
con esto, pero sí anuncio que estoy preparando un libro sobre la relación entre
lo político y el rol del intelectual, aunque habrá que esperar unos años hasta
que dé a luz.
Por
último, si en algo creo, es en la renovación de la izquierda, sin caudillos
absolutos e indispensables ni partidos autoritarios, sin maniqueísmos, sin la
premisa de amigo vs. enemigo como base de intercambio político. Creo más en
quienes tienden puentes que en quienes construyen murallas y cavan trincheras,
pero entendámonos bien, puentes en el horizonte de una sociedad progresista,
igualitaria, auténticamente democrática y libertaria. Se me acusará de ingenuo,
y seguro que tienen razón, pero espero no estar tan solo en este magullado país
que paso a paso se dirige a la confrontación con insospechadas consecuencias.
Publicado en el diario El Deber.
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