Berman también se desvanece en el aire
Hace treinta años, Marshall Berman (1940-2013)
escribió un libro que estaba llamado a convertirse en un clásico de la Sociología:
Todo lo sólido se desvanece en el aire
(publicado originalmente en 1982 y en castellano en 1988 por Siglo XXI). El título evocaba la célebre fórmula de Marx,
y se convirtió en uno de los textos clave del marxismo contemporáneo, pero,
además, una referencia obligada para entender la sociedad actual: “ser moderno
–aseguraba Berman- es vivir una vida de paradojas y contradicciones”.
Lo leí cuando estudiaba la licenciatura,
en fragmentos y fotocopias, como todo en aquella época. Escuché su nombre citado cientos de veces en
artículos, coloquios, libros, clases, seminarios y cuanto hay de vida
académica. Pero a pesar de su constante
presencia, confieso que lo había dejado un poco en el olvido. Sólo desempolvé su texto cuando se confirmó
que haría mi año sabático en la Universidad de Columbia en Nueva York. Quería volver a ver su mirada crítica de la
ciudad que me iba a acoger por un año.
Llegué al libro con otros ojos, como
quien se re-encuentra con una antigua joya guardada, con deseo de observarla y
disfrutarla nuevamente. Aprendí muchas
cosas de cómo Berman hacía su trabajo y me quedé encantado con el capítulo
sobre la transformación de Bronx. Su
análisis sobre la devastación capitalista plasmada en un proyecto urbano que
aplana todo -teniendo como fuente analítica su propia vida- me pareció de una
lucidez remarcable. Más cuando en el
mismo momento que recorría esas páginas, en la Ciudad de México las autoridades
–de izquierda- se jactaban del Segundo Piso del Periférico, avenida costosa y
absurda que sólo refuerza el principio del coche como medio prioritario de
transporte y obedece a las imposiciones del empresariado automotriz. A cuarenta años, la crítica de Berman era
pertinente, y no sólo para Nueva York.
Unas semanas más tarde, el académico
neoyorquino fue a México. Tuve la
ocasión de verlo en una conferencia en la sala de la editorial Siglo XXI con
motivo del treinta aniversario de la publicación de su libro. Demacrado en la salud, pero con la lucidez y
sencillez de siempre, su presencia fue magistral. Con el pelo largo, la barba canosa y
abundante, unos jeans azules y polera naranja con la inscripción “post-modern”
–que presumió haberla comprado en Brasil en un evento unos meses antes-, el
académico llenó el auditorio.
Por supuesto que sus palabras fueron muy
sugerentes, pero quedé más impresionado con la participación de los estudiantes
-por supuesto de universidades públicas-.
A la hora de las preguntas todos los que tomaban la palabra mostraban
que habían leído su libro y, sobre todo, que les había ayudado a pensar. En cada participación invitaban a Berman a
seguir pensando y a hacerlo colectivamente.
El autor seguro que sintió el mejor homenaje que puede tener un
sociólogo: ser leído críticamente y que la obra convoque a otros a que construyan
sus propios problemas. Fue una deliciosa muestra de cómo las ideas se
extienden, penetran en los demás y se convierten en nuevas rutas de
descubrimiento.
Ignoraba que esa sería la única y última
vez que vería a Berman; ahora que partió –el 11 de septiembre-, me quedé con
las ganas de visitarlo en Nueva York. Habrá
que recorrer nuevamente sus líneas, y comprobar que todo lo sólido se desvanece
en el aire.
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