Carnaval de Iztacalco
Hugo José Suárez
Son múltiples los puentes que vinculan México con
Bolivia, desde los grandes intelectuales que hicieron carrera -encabezados por
Zavaleta-, hasta aquellos que llegaron a estudiar o trabajar en distintos
momentos (tema que abordé en el programa México,
un encuentro con el destino que pasó unos años atrás en Radio Deseo, en La
Paz) . La película El Carnaval de Oruro en Iztacalco (2016) de Sergio Sanjinés se
ocupa de una de las formas de intercambio, ahora apoyado en la religión y la
cultura.
En el filme se cuenta la historia de la devoción a la
Virgen del Socavón en Iztacalco (Ciudad de México). Empieza con el testimonio
de Estela, una odontóloga mexicana casada con un médico boliviano que, al
contraer una infección que puso en riesgo su vida, depositó su confianza en una
imagen de la Virgen que su marido se prestó y llevó a casa. La mujer adquirió
la figura cuando su dueño dejó México y desde entonces organiza una fiesta en
carnavales en Iztacalco, de donde es originaria.
El carnaval reproduce en pequeño lo que ocurre en
Oruro: hay caporales, morenada y tinkus que bailan por las angostas calles del
barrio, abriéndose campo entre los automóviles estacionados, y llegan a la
Iglesia donde se organiza una fiesta mayor. A la vez, en la película se le da
la palabra a dos chicas mexicanas conquistadas por el folklore boliviano que,
además de participar en grupos de baile en México, se aventuran a viajar al sur
para danzar en Oruro.
En su travesía, muy a la boliviana, enfrentan todos
los inconvenientes propios del país: tienen que sortear un bloqueo de caminos
que casi les impide llegar a su destino, sólo lo logran contratando una avioneta
particular. Queda claro que en Bolivia la fiesta va de la mano con el
conflicto.
Las dos muchachas no ocultan los sentimientos de haber
logrado pasar de rodillas frente a la Virgen del Socavón luego del intenso
cansancio de una jornada carnavalera. Con lágrimas en los ojos, igual que Estela
cuando comparte el nacimiento de su fe, confiesan su devoción y amor a la
Virgen y a Bolivia. No hay duda: somos el país de las emociones.
Decía que el Carnaval de Iztacalco se une a una larga
lista de vínculos entre ambos países. Pienso, por ejemplo, en la fiesta del
Ekeko que organizan unos amigos mexicanos año tras año en la Ciudad de México,
con decenas de personas que van a pedirle cosas a través de pequeñas cartitas y
a agasajarlo. Siempre me he preguntado cuál es el contenido de sus mensajes,
tengo una deuda conmigo mismo, lo averiguaré en algún momento.
En términos más sociológicos, lo que sucede con la
devoción a la Virgen del Socavón -y con el Ekeko- en México responde al
encuentro de las necesidades de fe de los mexicanos con la oferta de salvación de
la propia Virgen en un contexto de intercambios globales. El relato de
conversión de Estela es típico de la religiosidad popular mexicana: en
situaciones críticas de salud se acude a la divinidad creando un lazo fuerte
que será alimentado con fiestas y oraciones. Y por otro lado, no extraña que las
expresiones coloridas, vistosas y musicales encajen sin dificultad en una
colonia popular acostumbrada a peregrinaciones callejeras, cohetes e imágenes
con danzantes alrededor. Se trata, siguiendo con el argumento sociológico, de
una “afinidad electiva” entre tradiciones religiosas y culturas de dos países
distintos.
En suma, la película nos invita a pensar los lazos
culturales tan intensos y emocionantes entre México y Bolivia. La historia es
inagotable.
Publicado en el Diario "El Deber" 04 Junio del 2017
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