Cuatro aciertos en tres meses: López Obrador

El año pasado el escenario político mexicano se ha modificado brutalmente luego de la victoria electoral de Andrés Manuel López Obrador. El apoyo recibido fue inédito, tanto que el presidente ha nombrado a su gobierno como la Cuarta Transformación (“de manera pacífica”), en el entendido de que su propuesta se ubicaría en una tradición histórica libertaria que inició con la independencia en 1810, continuó con las Leyes de Reforma a mediados del siglo XIX -impulsadas por Benito Juárez-, y desembocó en la Revolución de 1910.
Los primeros meses de López Obrador han sido dinámicos, quiero subrayar cuatro iniciativas afortunadas. Se debe empezar con el programa de austeridad impuesta desde la Presidencia que consistió en rebajar elevados salarios, vender aviones y autos blindados. Hay que recordar que el sello del poder en México era la distancia entre autoridades y población que se expresaba en lo económico, lo material y lo simbólico. El que llegaba al gobierno tenía el derecho y la necesidad de estar lejos del pueblo. Eso se acabó: el presidente viaja en vuelos comerciales, a menudo se desplaza por tierra y tiene un salario no escandalosamente alto.
Un segundo elemento ha sido el programa matinal donde, sin mediación alguna, López Obrador -con sus ministros al lado- se somete a preguntas directas de periodistas. Recordemos que su antecesor, Enrique Peña Nieto, no recibió una pregunta abierta -salvo aquella en campaña cuando le pidieron que dijera tres libros leídos y no supo qué responder-, siempre controló cualquier situación incómoda. Además, la agenda pública mediática era marcada por los presentadores de televisión vinculados a las grandes cadenas de comunicación, siempre favorables a los empresarios. Hoy la agenda la marca el presidente, todos tienen derecho a interrogarlo sin censura, y si no puede responder, pone a trabajar a sus ministros para ofrecer datos certeros al día siguiente. Se trata de otra relación entre la prensa y la autoridad -que implica preparación y seriedad de ambos- y que le da un tono distinto a la palabra política.
La tercera iniciativa fue la lucha contra los “huachicoleros”. En vez de enfrentarse con un fantasma invencible que es el narcotráfico -como lo hizo el expresidente Felipe Calderón quien promovió la “guerra contra el narco” que solo trajo más muertes-, López Obrador atacó el robo de gasolina en los ductos de Pemex. Con ello develó un sistema corrupto, que involucraba desde grandes autoridades hasta pequeños ladrones, a menudo vinculados a circuitos de violencia y narcotráfico. Además, tocó una de las fibras del sentimiento nacional defendiendo el petróleo que tiene larga historia en el país.
Finalmente, la política internacional. En los últimos años, México había perdido su voz propia en el mundo, pues siempre secundaba acríticamente las decisiones de Estados Unidos. En el caso del conflicto de Venezuela, la diplomacia mexicana -a diferencia del bochornoso papel de Europa- jugó sus cartas con dos principios: la no intervención en asuntos internos y la búsqueda de una solución negociada involucrando a las partes en conflicto. En vez de levantar banderas que puedan provocar una guerra civil en el país hermano, México retomó el lugar que tuvo en la historia, y ofreció una iniciativa que vislumbre una salida sensata, antes que dirigirse irremediablemente al barranco.


En suma, más allá de los desatinos, de los exabruptos -que los hay a montones-, de los errores, considero que el gobierno de López Obrador supo empezar bien una gestión que promete, si no una gran transformación como se autopoclama -cada vez desconfío más de la retórica política altisonante-, al menos poner orden en casa, lo que ya es suficiente para un país tan devastado como México.

Publicado en El Deber el 11 de Marzo de 2019.

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