Claves para pensar Bolivia (segunda parte)


En la anterior entrega me referí a las “claves” para entender Bolivia hoy, poniendo atención a lo internacional, lo cultural y la inercia societal. Ahora quiero ver otros aspectos complementarios.
En sociología, analizar los procesos de cambio es cosa de todos los días, ese es el problema madre de la disciplina y se ha escrito mucho al respecto. En ese sentido, lo que sucede en Bolivia no es especialmente nuevo. Considero que para entender una transformación hay que, por un lado, desglosar las principales variables a las cuales se les va a poner atención, y, por otro lado, entenderlas en su evolución histórica. Con respecto a las variables, se debe considerar al menos las siguientes: económica, cultural-simbólica, social, política. Y en los tiempos: el largo, el mediano plazo y lo inmediato. Con esta básica matriz interpretativa, hay que ver cada hecho social caso por caso. Por supuesto que este complejo tejido de la vida colectiva mostrará desfases impresionantes, continuidades inexplicables, encuentros inauditos.
El “proceso de cambio” hay que estudiarlo con ese detenimiento, y aparecerán cuestiones curiosas que, por supuesto, estarán mucho más allá del lenguaje político de los actores en juego que se disputan una interpretación de la historia.
Bolivia en la década de Evo Morales ha vivido transformaciones importantes en las dimensiones señaladas, pero los ritmos son diferentes y los resultados extraños. Un ejemplo: durante los tiempos del neoliberalismo, el gran empeño de las autoridades era crear consumidores y “templos de consumo” -los llamados “shopping norte”, “shopping sur”, etc.- donde todos pudieran ir a satisfacer sus deseos, pero fracasaron rotundamente. El impulso al consumo como en cualquier ciudad capitalista periférica latinoamericana se implementó en la era de Evo. Es notable la aparición de nuevos lugares de compras con un éxito innegable, como si el “cambio” fuera poder comprar más y mejor a cualquier mall. Con orgullo criollo se cuenta que McDonald’s se fue del país, pero no dudo que más temprano que tarde esté nuevamente por aquí con la venia del presidente indígena.
Otro ejemplo: la transformación urbana de la ciudad de La Paz viene de larga data. Si analizamos el proceso de urbanización de las últimas décadas, encontraremos más armonía que ruptura entre la idea de ciudad de la dictadura banzerista y la del evismo. El nuevo Palacio de Gobierno no es más que cerrar el ciclo iniciado por Banzer; lo propio la autopista La Paz-El Alto y el Teleférico.
La dimensión política del gobierno es quizás la más perversa, y veo continuidades atroces entre lo que hacían los partidos neoliberales y lo que hoy hace el MAS -que por cierto tiene varios Sánchez Berzaín en su seno-. Se podría llenar de ejemplos empíricos, pero lo importante es que, como lo decía Touraine unas semanas atrás pensando en los peligros para América Latina, la sociedad fue tomada por el Estado y el Estado por el partido. Poner al partido -y su líder- en el epicentro de la política es peligrosísimo, porque implica someter cualquier disidencia, pretender el control total de los poderes, eliminar la pluralidad y convertir la política no en la disputa por la conducción de la historia por agentes diversos que resuelven sus diferencias en espacios democráticos, sino en una batalla de amigos vs. enemigos, fieles vs. traidores, que da como resultado un país con posiciones irreconciliables.
La pregunta para los meses que vienen es hasta dónde podrá crecer la tensión, si llegará al punto catastrófico que exija una nueva baraja, con todo lo que eso puede significar. Ojalá que no nos orillemos a esos extremos. Se verá.

Publicado en El Deber el 24 de febrero del 2019.

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