Picasso, Rivera y Warhol

Hugo José Suárez

Le hago caso a mis maestros que insistían en lo mucho que los sociólogos podemos aprender del mundo del arte, y dedico un fin de semana a dos de las exposiciones más interesantes que suceden en este verano en la Ciudad de México.

El Palacio de Bellas Artes, magnífica construcción con la que el presidente Porfirio Díaz pretendía festejar el centenario de la independencia mexicana en 1910, acoge a una dupla impresionante: Picasso & Rivera, Conversaciones a través del tiempo. Se trata de cruzar dos pintores extraordinarios, mostrando sus encuentros, distancias, diálogos y tradiciones.

Y claro, el visitante que normalmente conoció cada uno por separado, y una pequeña muestra de cada quien, descubre una complejidad mayor. La matemática tiene su propia lógica en el arte: La suma de las partes es mucho más que el todo. Son como dos arroyos que se encuentran y se separan caprichosamente.

La entrada sorprende con dos autorretratos de los jóvenes -de 20 y 25 años- pintados el mismo año: 1906. Curiosa coincidencia. Luego se exhibe la obra en París, ciudad que los acogió y juntó. Se puede ver cómo cada uno evoluciona su trazo y adquiere personalidad quebrando con la academia de la época. El cubismo se instala en sus lienzos. Tanto la semejanza de algunas imágenes como el intercambio epistolar entre los artistas muestran una compleja interacción, aunque no siempre armónica.
En la sala siguiente el origen histórico y cultural toma relevancia: América y Europa en contraste. Picasso acude una y otra vez a la narrativa mítica griega y romana; se alterna el recorrido con bellas piezas antiguas de Atenas o Roma. Rivera evoca los códices mexicanos con una serie sobre el Popol Vuh, entre deslumbrantes esculturas indígenas prehispánicas. El curador de la exposición parece insistir en la importancia de la tradición, la potencia del encuentro y el intercambio, la necesidad de la innovación y la creatividad. En los muros de Bellas Artes se siente cómo Picasso y Rivera navegan cada uno en su propio barco, aunque coincidan en algunos puertos.
Al día siguiente, voy al Museo Jumex que acoge a Andy Warhol (1928-1987) con la exposición Estrella oscura. Quedé impresionado cuando vi sus cuadros en el MoMA en Nueva York, pero recién ahora puedo entender mejor el sentido de su obra.
Me detengo en las imágenes de Marilyn, Mao o Elvis y la intención de Warhol de tomar la celebridad, reinventarla bajándola de su pedestal y reproduciéndola con colores vistosos al lado de una lata de atún o de sopa Campbells. También me impactan las fotos de los accidentes automovilísticos o aéreos, las ambulancias; me sobrecoge pararme en frente de la silla eléctrica, quedo demudado al pensar el horror institucionalizado.
Warhol toma los extremos del auge de la sociedad industrial en su versión de cultura pop: La hermosa Marilyn con todo el glamour propio del símbolo sexual de una época, el enlatado que consolida el capricho humano de mantener alimentos viejos sin podrirse, el accidente no como una disfunción, el sistema legal que hace fino uso de la electricidad para aniquilar a quien considera culpable.
Se trata, en el fondo, de una poderosa crítica a la modernidad y sus distintos rostros perversos, sean culturales, políticos o económicos; es desnudar el otro lado del discurso del progreso a partir de la reinterpretación de sus propios íconos. En uno de los cuadros aparece la emblemática Estatua de la Libertad deformada, algo no encaja en esta sociedad, parece insistir el pintor americano. Sin duda es un visionario que develó las necesidades de la cultura de masas de los 60 como semillas que germinaron más bien en la era del internet.
Al salir, el pasillo tiene un gran muro con decenas de pequeñas imágenes de la cabeza de una vaca rosada sobre un fondo amarillo. Es el único lugar donde permiten tomar fotografías. Culmina la crítica a la “obsesión colectiva por la celebridad” que denuncia Warhol, pero claro, todo visitante se toma su respectiva selfie corroborando la incomprensión del mensaje del artista.
En suma, tres grandes que no podemos ver sin quedar tan inquietos como estimulados por la sociedad en que vivimos.


Publicado en el Diario el Deber 30/07/2017

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