Lo dejo a su conciencia
Hugo José Suárez
En mi muro del Facebook aparece la información sobre una página donde se puede
descargar gratuitamente el libro de uno de mis autores favoritos: Howard Becker. En este
momento de mi trayectoria como investigador, estoy repensando las herramientas
de mi disciplina para la comprensión de la vida colectiva, así que el libro me viene como
anillo al dedo; titula: Para hablar de
sociedad, la sociología no basta. Por
supuesto que sin dudarlo bajo el documento en PDF y veo el índice con avidez.
La rápida mirada de los capítulos y de unas páginas me conduce a una clara determinación:
lo necesito.
Cuando me sucede
algo así, no puedo quedarme quieto. Salgo de mi casa luego de la comida y me
dirijo directamente a una de las librerías más conocidas de Coyoacán. Le pido
al librero que lo busque y cuando lo tengo entre mis manos, estoy convencido de
que lo compraré, poco importa cuánto deba pagar por él. Lo curioso es que
cuando miro el precio, aparece más barato de lo que me habían dicho
originalmente: en vez de 700 pesos -500 con descuento- la pegatina dice 100
pesos.
Me asombra, así que
le pido al vendedor que coteje el valor para ver si era el correcto. Se pone
nervioso, ingresa a uno de los cuartos y sale un empleado muy formal –con todo
y corbata- del departamento administrativo. Me dice solemnemente: “El libro
cuesta 700 pesos, pero tiene descuento del 20%. Uno de los trabajadores se
equivocó y puso 1 en vez de 7. Por ley le tengo que cobrar lo que está
anunciado, pero la diferencia la va a pagar nuestro empleado que cometió el
error. Lo dejo a su conciencia”.
Inmediatamente mi cabeza
empieza a funcionar sobre la decisión que debo tomar. El dilema es pagar el
precio fruto de un error que será cobrado al trabajador o pago lo que tenía
pensado invertir sin afectar a nadie. Tengo dudas, así que sigo interrogando: “¿si
no lo pago, se le cobrará al empleado de su salario o cubrirá la empresa la
diferencia?”. La respuesta, verdadera o falsa, es obvia: “es el trabajador”. Ya
decidí, yo lo cubro.
Me quedé
reflexionando mucho tiempo básicamente en dos ideas. Por un lado, la perversa
relación capital-trabajo que funciona con reglas en las cuales nunca la empresa
pierde, todo déficit será cubierto por los trabajadores o por los clientes. Por
otro lado, recordé el episodio de una serie de televisión que vi hace muchos
años donde una persona en situación dramática tenía que decidir si hacía el
bien o si afectaba a un tercero que no conocía, y al tener certeza de que sería
un desconocido, optó por no importarle el destino del otro.
Cuando dejé la
librería –libro en mano y billetera vacía- seguí elucubrando si me había visto
muy ingenuo en vez de aprovechar la oportunidad del error ajeno en favor de mi
economía, y cosas así. Pero todas mis disquisiciones terminaron cuando llegué a
mi oficina, pues al buscar el lugar dónde ubicar mi nuevo tesoro, llegué al
estante que alberga mis varios libros de Becker, y, sorpresa, ¡ese título ya lo
tenía!
No es la primera vez
que me pasa, he adquirido en varias ocasiones libros que descansan en mi
biblioteca. Volví a acudir a mi red de Facebook
y puse a Becker en oferta en mi muro: “vendo el libro Para hablar de la sociedad a preció económico”. Rápidamente una estudiante
se pronunció y fue a parar sus manos.
Termino. De manera
inesperada, Becker me volvió a invitar a hacer sociología de la vida diaria,
utilizando las experiencias personales –y la necesidad de redactarlas
reflexivamente- como fuente para entender la sociedad. No cabe duda, es un
maestro de inagotables formas y agradables sorpresas. Al final de cuentas, el
libro me salió barato.
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