La trayectoria sociológica
Uno de los principales libros de Francois Dubet, que fue una referencia
obligada en los noventa, titula Sociología
de la experiencia (1994). En él, el académico francés plantea una teoría
que critica las premisas de la modernidad y construye la noción de “experiencia
social” como la categoría analítica más adecuada para entender la sociedad
actual. Un par de décadas después, Dubet vuelve sobre sus pasos analizando su
propia trayectoria en el mundo de las ideas: La experiencia sociológica (2007).
El texto es un singular ejercicio donde el autor, de larga producción y
consolidado prestigio, expone sus principales inquietudes explicando tanto el
resultado de sus investigaciones como los motivos que las suscitaron y el
ambiente intelectual predominante cuando se generaron. Además, narra las
situaciones personales en las que se encontraba inscrito que son una dimensión
más para comprender un producto científico. En suma, dice Dubet, “no es el
deseo de este autor caer en la tentación autobiográfica más que en la medida en
que lo exijan la presentación de algunas búsquedas y de algunas ideas, y la
descripción de una manera de ejercer el oficio de sociólogo, inscribiéndolo en
la historia de los últimos cuarenta años. Por ello he tratado de mezclar los
temas de investigación que me han ocupado con la cronología de los debates y
los problemas sociales (...). No es más que una manera subjetiva de practicar
la sociología de la sociología”. Con esa agenda, el investigador que siempre
buscó las razones de la acción de los demás, vuelve sus herramientas hacia sí
mismo.
Dubet fue uno de los mejores alumnos de Alain Touraine, con quien hizo una
serie de estudios, además de continuar el linaje con varios miembros de su escuela.
Acompañó a Touraine en sus estudios sobre los nuevos movimientos sociales en el
momento de “declive de la sociedad industrial”. Luego de dedicarse a los
actores sociales emergentes críticos del paradigma del desarrollo moderno se
ocupó de la educación –y en ella los alumnos, particularmente de secundaria-,
de los suburbios y sus jóvenes, y de la desigualdad. En términos teóricos, su
desafío analítico fue entrar a la discusión de larga data en la sociología
sobre la compleja interacción entre estructura y acción.
Entre paréntesis se debe subrayar el peculiar balance que hace el autor
sobre la relación teoría y práctica: "existen dos maneras
principales de 'hacer' teoría sociológica. La primera, la más elegante y
académica, es partir de la teoría misma, de las grandes obras, a fin de
construir sus propios marcos. La segunda consiste en partir de problemas
empíricos a fin de preguntarse qué respuestas teóricas exigen. Esta es la que
yo sigo"; y concluye, para cerrar el paréntesis, con un llamado al trabajo
de campo: "he querido comprender cómo los actores actúan y en qué mundo
vivimos; lo que exige mucho terreno y algo de teoría".
El lugar de observación para Dubet deja de ser el gran actor o la historia
con mayúscula y se concentra en la subjetividad individual sin perder de vista
su inserción social: "la sociología es interesante cuando vincula el actor
al sistema, cuando considera que todo es social y que la 'sociedad' no
determina todo. Cuando lo social deja de ser perfectamente coherente,
programado, homogéneo"; es entonces cuando se puede analizar la acción y
reacción de los actores: “al observar su trabajo, su reflexividad, sus dramas,
incluso, se puede comprender mejor en qué sociedad vivimos o, al menos, en qué
sociedad vivimos desde el punto de vista de los actores que la componen”.
En las últimas páginas de su libro, Dubet –escribiendo en primera persona,
raro en los académicos franceses-, vuelve a su propia historia personal contando
el por qué de sus inquietudes -“soy un hombre de izquierda a menudo desdichado porque
acepto con dificultad la alternancia de los ciclos de discursos radicales y
prácticas políticas sin principios”-, su posición global a favor de los
dominados, su ser de provincia en un contexto donde la academia se mueve desde
el centro parisino. Aboga por la imperiosa necesidad –y el desafiante
privilegio- de tener “libertad de definir el contenido de mi enseñanza y de
elegir mis objetos de investigación según mis intereses. (...) Esa libertad de
que gozamos y que nos obliga a buscar en nosotros mismos el deseo de trabajar a
cambio de un reconocimiento bastante aleatorio”. También reflexiona sobre la
dificultad de introducir las ideas de los sociólogos al debate público, lo que
obliga a tener generosa paciencia y cultivada perseverancia a quienes se
dedican a este oficio. Pero a pesar de todo, concluye Dubet, “la sociología no
es para mí más que una historia personal, una mezcla de libertad y voluntad”.
El texto de Dubet muestra la necesidad de los sociólogos de mirarse a sí
mismos pero siempre con la cautela –a menudo excesiva- de no caer en la
“tentación autobiográfica” y sin creer que su vida es algo extraordinario. Lo
curioso de Dubet es que, muy propio de la sociología francófona, no se permite
fluir en su relato y respeta exageradamente los protocolos académicos. Por
ejemplo, dedica un capítulo íntegro al tema de la justicia social, analizando
las desigualdades y esbozando una crítica de la justicia, pero en esos pasajes
donde podríamos ver las emociones de quien escribe, sólo se enseñan los
argumentos y los resultados analíticos. La diferencia salta, por ejemplo, con
la manera como Richard Sennett al hablar del mismo tema, cuenta primero su
relación con tocar el chelo, sus aprendizajes en el mundo del arte y las características
de su origen social.
También es curioso el contrapunto con el texto Las trampas de la belleza, de Sergio Zermeño o con La casa de las once puertas de Carlos
Martínez Assad. En estas dos obras, los autores realizan una autobiografía
novelada, donde, cada uno con un estilo distinto, se deja ver la subjetividad,
las tensiones propias de la vida diaria, la reconstrucción de acontecimientos y
saberes en una narrativa personal. Zermeño, Martínez y Dubet pertenecen a una
misma generación de sociólogos formados por Alain Touraine que compartieron
tiempo, espacio y escuela, pero los dos primeros hicieron carrera en la
academia mexicana. En buena medida, es el ambiente intelectual en México el que
permitió que sacudieran su pluma tendiendo puentes con otras maneras de
construir y presentar una experiencia sociológica.
Como fuera, volver a Dubet es siempre estimulante e invita a seguir
avanzando en las distintas rutas para ejercer este oficio.
(Suplemento Ideas, Página Siete, 18-10-2015)
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