Vida de ciudad. El macho en la ciudad -de México-
1. Estoy en la fila del Centro Nacional de las
Artes con el objetivo de ver una pieza teatral para niños; claro me acompaña
toda la familia. Hay mucha gente. De pronto, una mujer se acerca a la
ventanilla saltándose a todos y recoge unos boletos. La protesta es general,
pero un padre es más incisivo y le encara el abuso, que es respondido con un
palabreo que va subiendo de tono. Hasta aquí, se trata de dos ciudadanos, sin
importar el género, que discuten por una arbitrariedad, pero repentinamente
ingresa el marido que lo increpa con una afirmación que precede a sus golpes: “¡Metete
con un hombre!” Se le abalanza con los puños por delante, lo que provoca un
zafarrancho en lo que tenía que ser una tranquila mañana familiar de teatro
dominguero. Claro, el marido salió a defender la honra de su mujer, a cumplir
el rol de macho que cuida la hembra, siendo que, antes de su brutal
participación, si bien la discusión se acaloraba, no dejaba de estar dentro de
los márgenes de la convivencia urbana.
2. Me toca sentarme en el último asiento del bus en
la Avenida Miguel Ángel de Quevedo. Cada que puedo intento evitar el transporte
público por su implacable incomodidad e ineficiencia, pero a veces no tengo
otra salida. A mi lado hay dos señoras y un joven. Vamos rebotando, con la
puerta abierta y el frío que penetra por todo el cuerpo. Una mujer le pide al
conductor, gritando porque está lejos, que cierre la puerta trasera. Por
supuesto que no le hace caso. Repite la solicitud tres veces sin ningún
impacto, hasta que el joven que está a mi lado dice con voz varonil y fuerte:
"Cierre la puerta porque nos está haciendo frío. Gracias".
Inmediatamente la solicitud es cumplida como orden. La mujer sentada a mi
derecha comenta: "así había que pedirle, con una voz fuerte, de
hombre".
3. En la misma avenida, pero ahora en un trolebús,
me toca un incidente entre el chofer y el conductor de un automóvil. No es más
que un intercambio de bocinas y amagues de choque típicos del Distrito Federal.
Uno de los pasajeros que va parado como yo, de origen popular, tal vez rural,
le grita enojado al otro conductor desde dentro del bus -lo que por supuesto se
escucha en cada rincón-: "Te he de buscar, te he de madrear". Y todos
siguen su camino.
Hugo José Suárez
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