Singani en Nueva York
Hace más de quince años, invité a mi director de tesis de
doctorado a que visitara La Paz. Como suele suceder, intenté mostrarle todo lo
que habitualmente se enseña a los foráneos: el lago, la Sagárnaga, las Animas,
el Illimani, Copacabana, el Valle de la Luna. Para que probara los placeres
carnales -o algunos de ellos-, lo llevé a un restaurante de comida tradicional,
le ofrecí cigarros Astoria -él fumaba Gitanes-, le di Singani y vino
tarijeño (evité los chocolates, pues siendo él belga, sabía que no podía
competir). Paralelamente a sus saberes sociológicos, él había cultivado un
refinado gusto por el alcohol y era un conocedor exquisito de varios tipos de
tragos, además de ser gran fumador –práctica que tuvo que abandonar por razones
de salud- y exigente con la comida. Antes de irse, me dijo: "en este país
se puede vivir, tienen buen cigarro, buena comida y un trago delicioso que
nunca antes había probado". Se refería, por supuesto, al Singani que desde
el principio se lo sirvió puro, considerando una ofensa mezclarlo con lo que
sea.
Viviendo en Nueva York, en la primera fiesta que organicé
en mi departamento ofrecí Singani a los invitados que llegaron puntuales -se
acabó pronto-. Uno de ellos, mi dueño de casa y excelente bebedor, quedó
maravillado y a las pocas semanas me envió una nota del New York Times
donde se decía que en esta ciudad se empezaría a vender el fragancioso
destilado. La historia es anecdótica: el director Steven Soderbergh quedó
encantado con la bebida mientras filmaba una película sobre el Che. Algo así
como un "daño colateral". La cosa es que puso todo su empeño, dinero
y contactos para comercializar el Singani en Estados Unidos, empezando por
Nueva York. Con la arrogancia de quien se considera descubridor -sabemos de
eso- bautizó su producto como "Singani 63" en alusión al año de su
nacimiento.
En la sobria etiqueta color mostaza, hay una cholita de
espaldas cargando un atado. En letras pequeñas dice: "Destilado de uvas de
moscatel de Alejandría". Abajo, en un lugar muy discreto, se anuncia el
grado alcohólico del "Brandy", y en la parte posterior se menciona,
en letras pequeñas, a Bolivia y a Casa Real.
Es mucho lo que se puede reflexionar sobre el tema, desde
la lógica del "descubrimiento" que se repite en nuestra historia una
y otra vez, hasta el innegable esfuerzo de un amplio sector que con muchos años
de trabajo hizo que el Singani tenga una calidad remarcable. Pero me quedo
impresionado con cómo un producto local que se inserta en el mercado mundial.
Me da la impresión que estamos viviendo un momento muy particular donde lo que
considerábamos muy nuestro -como la quinoa, la kañawa y ahora el Singani- de
pronto pueden aparecer en una tienda de consumo popular en Nueva York. Se trata
de la transformación del gusto y de las formas del consumo. Habrá mucho por
hablar. Mientras, en la última fiesta en mi departamento, dos de mis invitados
me trajeron botellas de Singani 63 comprados a unas cuadras de casa, así que
tengo para rato.
(Publicado en Página Siete, 18/5/2014)
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