Nueva York. La ciudad de lo inesperado
Me escribe un amigo solicitándome un texto
sobre la Ciudad de México. En primera instancia, rechazo la invitación, por un
lado, porque el último año estoy viviendo en Nueva York, pero además porque
estoy atravesando por un momento de profunda crítica a la vida urbana del
Distrito Federal, tanto que de sentarme a redactar algo, seguro me saldría mal.
Así que prefiero concentrarme en Nueva York.
Pero la tarea se me hace difícil. Hace meses
que vengo escribiendo diariamente sobre mi vida cotidiana en esta ciudad -lo
que espero pronto se convierta en un libro-; la cantidad de experiencias me
desborda. ¿En qué concentrarme? ¿Cuento una visita al Memorial del 11 de
septiembre? ¿Una exposición en el Museo de Arte Moderno? ¿Una charla banal con
padres de familia de una escuela pública? ¿Un día de compras en IKEA? Me
invaden las ideas y tomo la decisión más adecuada: voy a la Grand Central, en
el corazón de la ciudad, a tomar un café, mirar y pensar.
Me siento en un local del subsuelo mientras la gente pasa y alguien toca violín pidiendo unos
pesos. Leo el periódico que regalan en el metro y me detengo en la noticia de
que el día anterior Obama fue de compras a la tienda GAP de la calle 42, a unas
cuadras de donde estoy. Fue una sorpresa para todos, el personal quedó
evidentemente alebrestado. Pienso en el juego de lo fortuito propio de esta
urbe: un día Paul McCarney toca en Times Square sin avisar a nadie; otro Bansky
vende su obra en el Parque Central anónimamente, y así hasta el cansancio.
Mientras me entretengo entre las letras, se
anuncia que se suspenden todas las salidas de los trenes, la gente se queda
expectante, con la mirada en un horizonte que no existe mientras escuchan la
noticia por altoparlantes. Se cierra la puerta que conduce a los andenes,
algunos conductores salen y se piden un café en el mismo lugar en el que yo me
encuentro. Como no termino de entender el mensaje y no sé el por qué de la
decisión; continúo con mis lecturas y la vida en la Grand Central sigue su
curso.
Son las once de la mañana, salgo hacia la
Biblioteca Pública de Nueva York que está en la 5ta. Avenida, camino por la
calle 42. Cuando me conecto al WiFi -gratuito- de la biblioteca, me entero de
la tragedia: a las nueve se incendió un edificio que luego se derrumbó en la
calle 116 en Harlem, relativamente cerca de donde yo vivo. Hay muertos, heridos
–la mayoría latinos-, sirenas, bomberos y mucho humo. Es la razón por la que se
suspendieron los trenes. Curioso, la noticia la encuentro en la página de un
periódico boliviano.
En mi camino de regreso a casa, la gente no
se muestra más estresada que otros días, pero hay una extraña sensación en el
ambiente. Leo en una publicidad en el metro (en castellano): "En esta
ciudad todos nos partimos la espalda. Es tiempo de que tengas un buen
seguro". Sonrío.
Se dice que Nueva York es la ciudad que
nunca duerme. Yo creo que es la que siempre sorprende.
(Publicado en El Desacuerdo, N. 17, Abril 2014)
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