El precio de sobrevivir. Memoria de los presos políticos en México en los setenta.
Antes
de volver a Nueva York, luego de una corta estancia en la Ciudad de México,
entra a mi oficina una amiga para regalarme un libro, pensando en las horas de
viaje de mi retorno: Luciérnagas tras las ventanas, de Melba Gutiérrez
Mena (Gráficos Lor, México D.F., 2014).
Me sumerjo en las páginas de una narrativa personal sobre el período de
la "guerra sucia" en México a principios de los setenta. Melba cuenta
su historia: cuando era niña, su papá, médico, conoció al Che y se involucró en
la militancia de la izquierda, lo que le costó prisión y tortura, hasta que
finalmente fue liberado luego de largos años de encierro. Cuando el padre es
excarcelado, la recomposición de la vida no es nada fácil, y al poco tiempo
muere de un infarto casi provocado.
El
libro me llega por distintas razones. En múltiples episodios me veo reflejado.
Me pasa algo parecido a cuando vi la película Persépolis, de Marjane
Satrapi, donde la protagonista, más o menos de mi edad y generación, cuenta su
manera de lidiar con la dictadura en Irán. Me veo en la niña Melba que cuenta
horrorizada cómo se llevan a su padre a la cárcel, y no puedo si no repasar mi
propia tarde del 14 de enero de 1981 cuando el mío salió a una reunión política
y no
volvió más.
Pero
la esencia de su historia no es la ausencia permanente. No es la desaparición o
el asesinato del padre, sino la vida después del tránsito por la prisión
política. Lo suyo parecería menos dramático, pero es igual de desgarrador: el
padre vivo que vuelve a casa dañado del alma. Melba cuenta el espanto de la
partida, los militares en sus dormitorios, la nueva dirección de su vida en
casa de familiares y amigos. El desmoronamiento de su mundo infantil. Pero no
le sigue el duelo, sino la esperanza de la recomposición, las visitas esporádicas
al padre preso, la necesidad de la madre de trabajar en lo que pueda para
mantener la estabilidad económica del hogar golpeado.
La
niña va creciendo y mantiene viva la ilusión de que papá salga de prisión y las
cosas vuelvan a ser como antes, hasta que un día, ese día llega. Pero la
recomposición no es como la había soñado: la madre ha adquirido autonomía, la
niña ya es adolescente, y vuelve a casa un padre internamente destrozado. El
relato muestra la descomposición de la familia nueva, la tensión de intentar
recomponer lo que ya no se puede resolver, la cruda dificultad de restablecer
una familia con un miembro mutilado del espíritu. Y claro, nadie puede ser el
mismo después de la tortura, nadie es el mismo después de años de prisión,
después de transitar por los laberintos de la miseria y la crueldad humanas. El
sentimiento de desconfianza, de miedo, de angustia se apoderan del padre, que
no tiene otro camino que dejarse morir, construir un camino hacia la propia
inmolación, una especie de suicidio de baja intensidad. El médico-militante,
con conocimiento de cardiología, deja que el corazón se encargue de poner fin a
su martirio.
Hay
una amplia literatura sobre el secuestro, la tortura, el asesinato, la
desaparición de militantes de izquierda en América Latina, pero poco se ha
escrito sobre la experiencia, igual de brutal, de sobrevivir. El libro no es
sobre la ausencia, el duelo luego de la muerte, sino sobre la presencia
atormentada para quien sobrevive y tormentosa para quienes conviven con él.
En
otro orden, que no es menor, la autora realiza un esfuerzo mayor para escribir
el libro siendo que su profesión es la odontología. No tiene pretensiones
literarias, no quiere premios ni aplausos, pero no espera que los grandes
escritores de México sensibles se ocupen del tema. Escribe desde su computadora
personal, desde su propia historia, con muchas dificultades, en primera
persona. Publica en una editora de poca circulación, se apoya en amigos para el
trabajo de edición, paga con su propio dinero el producto, y finalmente no lo
vende en las grandes librerías de Coyoacán: lo regala. Por eso el documento
tiene mucho valor, cada letra viene cargada, de empeño, de esfuerzo, de vida,
de necesidad de contar. El documento es un pedazo de la historia no con mayúscula,
sino de la pequeña historia, la de una niña que mira el desmoronamiento de su
vida, y que ahora es una mujer que cuenta su pasado. Es la otra cara de la
brutalidad de Estado que vivió México, que poco a poco, empieza a salir a la
luz.
(Publicado en suplemento "Ideas" de Página Siete, Bolivia, 27-abril-2014).
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