Marcel Proust y el dilema de las identidades
Es ampliamente conocida la imagen que Marcel Proust
(1871-1922) describe en A la búsqueda del tiempo perdido donde el
personaje moja una magdalena en su té y al hacerlo despierta en su memoria las
historias de su infancia, pero poco se habla de otras facetas del célebre escritor
francés. En una sugerente conferencia en el Centro de Estudios Mexicanos de la
Universidad de Columbia, Rubén Gallo presenta un avance de lo que será su libro
de próxima aparición: Marcel Proust y América Latina. Lo interesante de
su análisis radica en que se concentra no sólo en el escritor sino en los
latinoamericanos que tuvo cerca. Recuerda el conferencista que Proust era
tremendamente localista, realizó muy pocos viajes en su vida, conoció pocas
culturas diferentes a la suya, pero su condición homosexual le permitió pensar
la diferencia desde otro lugar, sin necesidad de un desplazamiento territorial
sino más bien de condición sexual.
Los intelectuales latinoamericanos de la época, y
con quienes Proust tiene contacto (incluido su amante de origen venezolano
Reynaldo Hahn), llegan a un ambiente intelectual parisimo muy exigente y
distinto al que se abrió las décadas posteriores. Para tener un lugar se deben
"afrancesar" militantemente, conocer bien la lengua, escribirla con
elegancia, manejar los códigos culturales locales. Por eso la discusión que es
especialmente interesante, pues los autores de este lado del mundo tienen un
dilema complejo: se "integran" dejando atrás su origen, o viven
marginales en una batalla de antemano perdida.
El escritor mexicano Ramón Fernández (1894-1944) es
precisamente uno de estos intelectuales que bien encarnan la tensión. Hijo de
diplomático mexicano con una cronista de modas francesa, se forma desde su
infancia en París, escribe en esa lengua y consolida un prestigioso lugar en el
mundo literario de la época, sosteniendo muy poco contacto con México. Entonces
qué, ¿es mexicano, es francés? El problema se complica administrativamente -el
propio Estado no sabe cómo lidiar con ello- porque su novia, es profesora de
colegio y al querer casarse con él perdería su nacionalidad debiendo asumir la
de su nuevo marido y, consiguientemente, dejaría el trabajo pues por ley un
maestro escolar debe ser francés.
Por parte de las comunidades intelectuales las
reacciones también son complejas. No faltan quienes adoptan a los ahora nuevos
franceses y los llaman "los nuestros". En el caso de Fernández, su obra
se integra de tal manera al patrimonio cultural galo que uno de sus poemas
termina siendo lectura obligatoria y oficial en la educación primaria. De
parte de los latinoamericanos, hay una importante tendencia de considerar poco
legítimos a quienes se fueron, quitándoles la posibilidad de hablar como
mexicanos, cubanos o venezolanos. En ese contexto, la resolución que encuentra
Fernández es adecuada y eficiente para su tiempo: "Soy ciudadano mexicano
viviendo en París".
El dilema se resuelve en parte en las décadas
siguientes. Cortázar escribía desde París reivindicando su manera argentina de
hacerlo. Los varios migrantes de Europa de Este como Kundera, Koudelka, o
árabes como Maalouf plantean el tema desde otro lugar, provocando un quiebre en
el orgullo chovinista francés. Maalouf
que escribe sobre el mundo árabe desde Francia -y recibe los premios más
prestigiados- desarrolla quizás una de las tesis más complejas sobre el tema en
su obra Identidades asesinas.
Como fuera, recorrer los dilemas de las identidades,
los desplazamientos -territoriales, sociales, sexuales-, las mutaciones y la
manera de encontrar salidas, es una de las cosas más entretenidas y vitales de
la práctica intelectual.
(Suplemento Ideas, Página Siete, febrero, 2014)
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Eugenia Allier