El lamento del migrante boliviano

    Hace algunos meses inicié una aventura mediática que no sabía dónde me llevaría. Aceptando la gentil invitación de María Galindo, decidí hacer algunas entrevistas a bolivianos en México para Radio Deseo; el programa se llamó México: un encuentro con el destino.

    No se trataba de reproducir la imagen del éxito o concentrarse en el relato de lo positivo de salir de casa; la idea era retratar la complejidad emotiva del migrante.

    Decía entonces: “este programa buscará mostrar una parcela de esta experiencia del viajero, del que partió. Pondremos el micrófono a personas completamente diferentes, cuyas trayectorias sólo tienen dos puntos en común: todos son bolivianos, todos partieron a México”.

    Por supuesto que el desafío significó muchas cosas. Primero, hacer una entrevista radial y no una sociológica a la que estoy acostumbrado. Comprendí que tenía que ser algo con un relato sensatamente atractivo para un público que escuche radio el domingo en la mañana; no era para especialistas y mucho menos para académicos.

    El sociólogo que soy tuvo que camuflarse -no ocultarse- y tratar de conjugar el contenido con la forma. Recordé muchos episodios en los que colegas míos grabaron a cientos de personas debiendo combinar las categorías analíticas, que siempre nos acompañan a los científicos sociales, con la exigencia de generar un producto de comunicación.

    Pensé en las entrevistas de Bourdieu, en las reflexiones de Geertz o en las iniciativas fílmicas de Morin. Sin duda que todo aquello me dio mucho que pensar y escribir, tarea que la guardo como deuda.

    Pero sobre todo, tocar un tema como la migración a México era doblemente desafiante porque yo mismo soy un migrante en esta tierra. Por eso hacer una pregunta al otro era hacérmela a mí mismo; a menudo tenía mi propia respuesta que quería expresar o respuestas de los entrevistados que quería reproducir como mías.

    Esa situación me llevaba a varias reflexiones. Pensaba en lo que se ha trabajado en sociología sobre la subjetividad del propio investigador que está presente en cada intervención, y la manera como hay que “controlarla” para no caer en la eterna trampa -ejemplificada particularmente en algunos trabajos periodísticos- de hacer decir a las personas lo que ya se tiene en mente, es decir, utilizarlas como ilustración de las ideas preconcebidas.

    Dicho de otro modo, me llevaba a la reflexión que hacía Bourdieu sobre la advertencia epistemológica de “observar al que observa” cuando emprendemos cualquier investigación.

    También en términos de contenido se me quedaban algunas ideas que en otro momento habrá que desarrollarlas con mayor detenimiento y profundidad (de hecho los migrólogos tendrán mucho qué decir al respecto).

    Las preguntas de una agenda de investigación sobre ese tema podrían ser: ¿qué caracteriza a los migrantes bolivianos -en México pero también en otros lugares-? ¿Existe una “migración a la boliviana”, distinta de la argentina, ecuatoriana, chilena, etcétera? ¿Se puede hablar de una migración boliviana transversal, es decir, encontrar rasgos comunes, por ejemplo, en los intelectuales y activistas de izquierda exiliados en la década de los años 70 en México y en las personas de origen rural que salieron en 2010 a Argentina o España?

    Me aventuro a decir que sí. De mi modesta experiencia del programa aquí mencionado, se podrían sacar dos conclusiones provisionales. Por un lado, la partida tiene -dicho en los que se quedan y asumido en los que se van- un toque de condena y “sana” envidia.

    Irse se ve como una oportunidad que no todos tienen, muchos desearían seguir ese camino pero por múltiples razones no se puede concretar -sabemos lo que cuesta, incluso económicamente, salir de nuestras montañas-.

    Pero a la vez, hacerlo implica abandonar la tierra, dejarla a su suerte, no quererla ni estar comprometidos con ella tanto como los que se quedan.

    Por otro lado, la dupla condena-envidia se convierte en deuda que se expresa en afirmaciones como “el país necesita de gente como tú”, “qué va a hacer Bolivia sin ti”, lo que se traduce en un sentimiento de culpa y superioridad expresado en la idea que, ahora en voz del migrante, “quiero volver para devolver lo que he aprendido, hacer algo por mi patria”.

    Me daría la impresión de que estas tensiones atraviesan tanto al campesino que se va a Buenos Aires como al estudiante en París o al ingeniero en México. Sus formas y lenguajes son distintos, pero en el fondo el mismo dilema afectaría a todos los que algún día decidieron hacer maletas.

    Sin duda que para corroborar esta hipótesis habría que tomársela más en serio y construir un proyecto de investigación. Sólo así sabremos si esto caracteriza al lamento del migrante boliviano o si no es más que una ilusión propia de quien escribe estas líneas.
Publicado en suplemento Ideas de Página Siete. 11-07-2013

Comentarios

Sebastian Paz ha dicho que…
Un tema apasionante. Se pueden dar muchos matices. Seria miy interesante conocer las motivaciones que obligaron al migrante a abandonar el país, ya sea en forma temporal o definitiva. Si existieron razones comunes o solamente particulares que llevaron a tomar la decisión de dejar el país, a su gente, su cultura...lo suyo.
Yo, como uno de ellos, quedo atento a este proyecto que puede tener trascendencia. Puede ser materia de análisis donde se saquen conclusiones muy importantes. Estas entrevistas, realizadas con la sensibilidad de un migrante y el conocimiento de un investigador sociólogo, serán, sin lugar a dudas, muy valiosas e imperdibles.

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