El dilema del Papa: ¿Bergoglio o Francisco?



La irrupción del nuevo Papa en el ámbito mundial ha sido contundente, pero no sólo por la natural inercia de la designación de la máxima autoridad de la Iglesia Católica, sino también por el carisma y polémica que ha generado Francisco desde el día del humo blanco.  Entre el mar de expectativas y señalamientos, creo que hay que subrayar algunos temores y esperanzas.

Si empezamos por las observaciones críticas, hay que decir en voz alta que Bergoglio pertenece al ala conservadora de la Iglesia Católica (como todos los Cardenales nombrados por Vaticano en las últimas décadas).  Particularmente, no hay que olvidar que en el crudísimo contexto de dictadura militar en Argentina, Bergoglio, entonces Superior de los Jesuitas, fue tibio ante las atrocidades militares y no supo defender ni a los fieles ni a sus sacerdotes; no denunció la brutalidad que pasaba por su vereda.  Pero también es claro que no fue un “colaborador” de la dictadura, su pecado fue, como bien lo dijo Adolfo Pérez Esquivel, que “le faltó coraje para acompañar nuestra lucha por los derechos humanos en los momentos más difíciles”.  Además, se alineó con la línea más tradicional de la Iglesia encabezada por Juan Pablo II y secundada por Benedicto XVI que impulsó una casería de brujas de los teólogos de la liberación en América Latina. En esa misma dirección, ha asumido posturas rígidas en temas clave de la moral –particularmente sexual- de la sociedad actual.

Dicho eso, no es menos cierto que su presencia revoluciona la idea de jerarquía eclesial a la que estamos acostumbrados desde América Latina.  A Bergoglio, arzobispo de Buenos Aires, uno se lo podía encontrar en el metro ¿cuántos Cardenales toman el transporte público? Todo lo contrario: están acostumbrados a residencias lujosas, autos elegantes y choferes en la puerta; y no sólo eso: es un pastor cuya acción social ha sido interesante en su arquidiócesis.  Además, es un sacerdote alejado de los pasillos del Vaticano, sus vicios, corrupción y escándalos, por lo que tiene una posición más cómoda para enfrentar al poder real y perverso del centro de la Iglesia.  Finalmente, es jesuita y aunque representa la tendencia conservadora –y no la progresista y moderna- de la Compañía, se agradece que el nuevo Papa no provenga del Opus Dei o los Legionarios de Cristo (cuyo fundador está acusado de pederastia, entre otras cosas, cubierto y defendido por Juan Pablo II e incluso por Benedicto XVI).

Pero quizás la mejor noticia es el nombre de Francisco y el mensaje contundente de su  opción por los pobres.  En estos días que recordamos el asesinato de Luis Espinal y Monseñor Romero en El Salvador, esperemos que su ejemplo y espíritu acompañen a Francisco y que le ayuden a sostener su palabra comprometida con los pobres y denuncia de los poderosos.  Esperemos que Francisco deje atrás a Bergoglio, y se convierta en el profeta y pastor que requiere la Iglesia Católica y la humanidad en este nuevo siglo.  

Publicado en el periódico boliviano El Deber (24/03/2013)

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