Por la unidad de las izquierdas


Hace un par de semanas, cuando se intensificó la artillería del gobierno contra Juan del Granado y Luis Revilla –días antes del gasolinazo-, escribí el artículo “¿A dónde vas Evo?” en el que criticaba los ataques al MSM. El pequeño texto circuló por internet, fue reproducido en la red en páginas que ni conocía y recibió una serie de comentarios. Pero también confieso que me asustó empezar a aparecer en listas de envío de personajes muy desagradables con quienes no comparto nada. Me asusta pensar que algunas personas me hayan leído como un aliado. Por ello, me permito una reacción a la reacción, para lo cual propongo una apresurada clasificación de los comentarios recibidos que, creo, refleja parte de las disputas discursivas actuales en Bolivia.

Un primer grupo, que podría denominar como los legalistas, me critican por indignarme por lo que le pasa a Juan y quedarme callado, por ejemplo, cuando se mide con la misma vara a Cossío o a Fernández. En el fondo se me acusa de oportunista y de poco apego a la defensa de las nobles leyes que ciegamente deberían ser las mismas para todos, sean de izquierda o de derecha (en México me hubieran dicho: “o todos pelones, o todos rabones”).

Una segunda orientación –diríamos el neoprogresismo desplazado- es la de quienes coinciden plenamente con mis críticas –aunque lamentan que me haya dado cuenta tan tarde (¡después de 5 años!) de que el gobierno es un desastre- y que me dan la bienvenida al mismo bando. Es un sector nutrido tanto por ex izquierdistas, como por otras orientaciones que, con diferentes grados, toman distancia crítica del proyecto.

El tercer tipo de reacción le pertenece a quienes de plano ven en mí un traidor que por mi origen étnico o de clase tenía que acabar al lado de la derecha. Se trata de una izquierda ortodoxa que todo lo diferente es evaluado con la dicotomía fiel/traidor, digna compañera de la pareja amigo/enemigo.

Por último, he recibido muy gratos comentarios de aquellos con los que me identifico, que leyeron en lo mío una crítica desde el interior, como sanas discrepancias que tienen la intención de fortalecer el proyecto de Revolución Democrática tratando de impedir que se carcoma y que sus principales actores sean los responsables de su autodestrucción. Es lo que he denominado hace años como una izquierda ecuménica.

Y esta posición la alimento de dos fuentes. Por un lado, recuerdo un artículo de Luis Suárez que lo tituló “Unidad contra el fascismo”, publicado en el semanario Aquí (16-22 de junio de 1979). En él se hacía un análisis sobre la fuerza de la derecha –entonces alrededor de Bánzer- y de la necesidad de la unidad de las izquierdas para la construcción de un proyecto popular. Por otro lado, tengo muy presente la amplitud del llamado del Ejército Zapatista de Liberación Nacional en México que en uno de sus primeros comunicados, en junio del 96, decía: El zapatismo (…) sólo sirve, como sirven los puentes, para cruzar de un lado a otro. Por tanto, en el zapatismo caben todos, todos los que quieran cruzar de un lado a otro. Cada quien tiene su uno y otro lado. No hay recetas, líneas, estrategias, tácticas, leyes, reglamentos o consignas universales. Sólo hay un anhelo: construir un mundo mejor, es decir, nuevo”.

Ese espíritu libertario y fraterno es el que me invita a criticar lo más sana y duramente posible, lo que considero un error de Evo Morales, apelando a que no hay dogmas incuestionables ni profetas intocables en una verdadera izquierda. Pero no hay lugar para equivocarse: tengo la certeza de que el proyecto emprendido por el Presidente es lo mejor que le ha pasado a Bolivia en toda su historia. Pero en esa tarea me pregunto puntualmente –apelando al conflicto con el MSM- cuánta distancia existe -más allá de coyunturas, elecciones, personajes o personalidades- entre lo que propone Juan y lo de Evo. ¿Son realmente irreconciliables? ¿No serán más bien más tremendamente coincidentes, necesarios y complementarios? Por eso, sin duda que si el escenario fuera distinto, si Juan del Granado estuviera en función de gobierno incriminando de Evo Morales, alzaría mi palabra para denunciar lo que me parecería una barbaridad.

En suma, creo que la historia nos ha enseñado que sólo la unidad –en la diferencia, en el diálogo, en el encuentro, en la crítica fraterna y aguda- es la que nos permite pensar en un proyecto socialista. Se me podrá criticar de ingenuo, y seguramente tendrán razón: siempre he estado empapado en la política pero nunca en el poder, por lo que no conozco los encantos y argucias de la bella dama. Pero creo sinceramente que si no sabemos poner la mirada colectivamente en el futuro más allá de nuestras diferencias, seremos los responsables de la estrepitosa debacle del proyecto más importante del siglo XXI, y la historia no nos absolverá.

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