Alicia

Alicia es maravillosa, inagotable, impredecible. Cuando Lewis Carroll la pensó, su ingenio dibujó uno de los más seductores personajes de la literatura, que seguiría conmoviendo siglos más tarde. Claro, Alicia inspira, seduce, y ahora el turno le tocó a Tim Burton. Su filme que ha abarrotado salas en el mundo entero, es una libre y autónoma interpretación; no es una película “basada en”, sino “inspirada en”. El director crea una nueva Alicia, que poco tiene que ver con la idea original. El puente entre las dos obras es endeble, casi anecdótico. Por eso hay que ver la película no como un sustituto del libro, y menos como una continuación, sino como una alegoría, casi un homenaje al escritor inglés.

Burton construye un personaje heroico -entre otras cosas con una excesiva presencia del hombre de los sombreros que casi compite con Alicia por el protagonismo-, capaz de luchar contra monstruos en terribles batallas. Por el escenario y la destreza para la lucha, parecería que no estamos frente a la niña de envidiable imaginación, sino más bien frente a un guerrero prestado de El Señor de los Anillos.

Por otro lado, en la parte “realista” de la historia, Burton muestra una joven inglesa que es capaz de quebrar con los principales ritos de su sociedad y salir ilesa, incluso premiada por su potencial suegro. Es tan atrevida que rechaza al pretendiente perfecto, en un escenario donde todas las variables están controladas, y la improvisación es impensable. Así las cosas, en una lógica social como la que se narra, la Alicia de Burton sería una transgresora condenada a convertirse en una hereje. Su destino sería la marginalidad, el exilio. Y quizás ese es el principal error de la película –o mayor acierto según se vea-: construye un personaje en el siglo XIX con las pertinencias morales del siglo XX. El paradigma de la individuación del cual se ha ocupado la sociología, que invita a los sujetos a ser actores de su propia historia, más allá de las coerciones sociales, es pensable como modelo de referencia sólo en nuestra época, y está fuera del horizonte de sentido de Lewis Carroll. De hecho para él este no es un tema, no le interesa, no es su preocupación al narrar las aventuras de Alicia.

Por eso, aunque la producción de la película es impecable y los minutos que uno pasa en la sala de cine son deliciosos, me quedo con Carroll. Mientras que para Burton, Alicia mira por una ventana empañada, y el borroso reflejo sólo enseña lo que el director tiene en la cabeza; para Lewis, Alicia atraviesa un espejo, y nos invita a recorrer un país maravilloso, en lo que se convierte en un homenaje a la imaginación. La obra de Carroll es un clásico, la de Burton, un divertimento.

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