16 de julio

He recorrido cientos de veces la Plaza Murillo y leído hasta el cansancio la Proclama de la Junta Tuitiva. Me tocó hoy, justo en el bicentenario, estar tan distante del festejo, justo ahora, que hay tanto por festejar.

Casi me sé de memoria algunos pasajes de la Proclama: “Hasta aquí hemos tolerado una especie de destierro en el seno mismo de nuestra Patria (…). Hemos guardado un silencio bastante parecido a la estupidez (…). Ya es tiempo de organizar un sistema nuevo de gobierno fundado en los intereses de nuestra Patria…”. Y cada vez que repaso esas palabras, se las quito a Murillo y la pongo en boca de tantos otros, antes y después de él. La escucho en las sublevaciones indígenas, en los revolucionarios del 52, en los guerrilleros de los 60, en los luchadores por la democracia de los ochenta, en los defensores de la nación del 2000 adelante. También me resuenan esas ideas más allá de nuestras fronteras, en las luchas sociales en Europa, en América Latina, en el 68, en el zapatismo. El alcance universal se deja ver, esa bandera le pertenece a todos los movimientos de emancipación de la humanidad, es un aporte desde los andes a la dignidad de los pueblos.

Y repetirlas hoy desde la Bolivia pluricultural, desde la nueva Constitución Política del Estado, desde el proceso de Revolución Democrática, adquiere nuevo sentido. Dejan de ser palabras muertas petrificadas en una plaza. Ahora tienen vida, ya no sólo son historia, son también proyecto, horizonte de acción. Hoy no tenemos duda de que la tea de Murillo sigue encendida, y que “nadie la podrá apagar”.

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Quería escribir sobre Arce Gómez y su vuelta a Bolivia, pero se me empaña el alma y los dedos se entumecen. Sólo se me vienen a la mente las palabras de Vallejo: “quiero escribir, pero me sale espuma”.

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