El piano

Eran los años de la dictadura en Bolivia, seguramente la de García Meza. Una amiga de mi papá tuvo que salir bruscamente del país, y dejó un piano a su recaudo. Tengo grabada la imagen del traslado del pesado y voluminoso instrumento: eran como seis o siete personas que bajaron por unas escaleras en espiral dos pisos de un sencillo departamento cerca al Parque Riosiño, dejando las paredes rasguñadas por el mueble. Cuando llegó a mi casa, ya bastante destemplado, el piano ocupó el lugar principal. Se lo veía desde la entrada, y sus notas se escuchaban una cuadra antes de llegar a la puerta.

Recuerdo a mi papá tocando en él Historia de amor (Astrud Gilberto). Habrá sido unas semanas antes de que lo mataran. También tengo en mente las varias ocasiones en las que improvisaba o sacaba canciones “al oído”, mientras nosotros estábamos alrededor suyo. Mis manos y las de mi hermana también pasaron por esas teclas, aunque ella fue más apasionada y prolífica que yo. Con los años, el mueble se convirtió en un miembro más de la familia que sostenía y traducía nuestras nostalgias y emociones.

Un par de décadas más tarde, cuando volví de un largo viaje, me encontré con la dueña del piano. Ella le había perdido la pista, y mi traicionera sinceridad hizo recordarle que lo tenía en casa. Unos días después vino a recogerlo. Mi conciencia quedó tranquila, pero su partida dejó un vacío, y no sólo en la sala. Hoy, a tanta distancia, cada que escucho azarosamente la melodía que tocaba mi papá y que yo sólo puedo tararearla, se me estremece el alma, y revivo su imagen sentado en el enigmático piano tocando esas inolvidables notas.

Comentarios

Tincho Sánchez ha dicho que…
Qué bonita y conmovedora historia, da gusto leer este sueño ligero
e-liana ha dicho que…
Qué bien encontrarte en el internet, es bueno leerte otra vez.

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